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Cuando el discípulo (Trent Reznor) tendió la mano al maestro (Gary Numan)

15 de julio de 2009. Londres. Nine Inch Nails se subían al escenario para ofrecer un multitudinario concierto en Londres con motivo de su «Wave Goodbye Tour». Centenares, por no decir miles de seguidores del grupo se agolpaban en las primeras filas de un bullicioso O2 Arena. Sudorosos, rendían pleitesía a su semi dios; un ciclado ser originario de Pennsylvania que gobernaba a sus vasallos con electrizantes sacudidas de insigne rock industrial.

El titán de Mercer y sus secuaces no mostraron la más mínima consideración con sus súbditos. Azotaron sus sienes desde un primer momento con ‘Now I’m Nothing’, quebrantaron sus tibias con ‘Reptile’ e incluso fracturaron algún craneo con ‘The Big Come Down’. Aunque, todo sea dicho; el golpe propinado al mentón no iba a llegar hasta bien finalizada la interpretación de ‘Down In It’. Trent Reznor aprovechó varios segundos de calma tras la ejecución del tema de su álbum debut («Pretty Hate Machine, 1989») para forjar el noqueo perfecto a su audiencia. Uno concretado en forma de insólita colaboración.

«[‘Down On It’] fue el primer single de toda nuestra historia» – comentaba de forma melancólica el mesiánico frontman. Vine a Londres por primera vez. Pasé un mes entero aterrorizado, grabando un disco que pensaba que nadie iba a acabar escuchando. Y aquí estamos, 20 años después. Estoy vivo. Vosotros estáis aquí… Es una jodida pasada. En los inicios, cuando me encontraba pensando qué hacer con Nine Inch Nails, hubo una persona que fue realmente vital para mí. Una que fue una enorme inspiración. Es por eso que es un gran placer, y todo un honor, presentaros a todos a… ¡Gary Numan!«.

Gary Numan. Gary Anthony James Webb. Un genio, una leyenda, pero sobretodo: un pionero. Editada en 1979, su ópera prima en solitario «The Pleasure Principal» sirvió junto a su trabajo previo con Tubeway Army (¿alguien se ha olvidado de «Replicas«?) como importante pilar dentro del fenómeno «new wave» británico. Fascinaba su estética robótica, imperada por la temática «numanoide» ambientada en un futuro distópico «precyberpunk». Como si de un villano de una versión 2.0 de «Metropolis» se tratase, el londinense agarraba por la solapa el lóbrego expresionismo de Fritz Lang, y lo sacudía de arriba a abajo, con el único fin de hacerlo suyo frente a gigantescos paneles de luz digital. ¿El fruto de esta mutación? Su propio personaje. Su propio álter ego escénico. A partir de la publicación de «Replicas» Numan no era un ser humano. Era un autómata. De rostro inexpresivo y gélido porte, conquistaba audiencias mostrando más placa base que emociones humanas.

Su música lejos de ser de este planeta, parecía de otra galaxia. Neonizados ritmos sintetizados hipnotizaban al oyente, subyugando tímpanos y forjando una nueva experiencia sensorial completamente distanciada de la psicodelia, el rock tradicional y progresivo destilado en la época. Esa premisa rubricó un éxito comercial que se fue diluyendo con el paso del tiempo. Llegados los noventa, y especialmente adentrados en la primera década del siglo XXI, el público empezó a darle ligeramente la espalda. Cada vez eran menos los nuevos fans que presenciaban sus conciertos, y el gancho de álbumes como «Pure» o «Jagged» distaba enormemente del atisbado en la embrionaria etapa de su carrera en solitario. Pese a la continúa y persistente advertencia de sus progenitores, Numan se negaba a rebajar el presupuesto destinado a sus monumentales directos. Hasta que la ruina económica, siempre temible en este tipo de casos, empezó a rasgar vestiduras. Y el artista, visiblemente derrotado, acabó sumido pasado el 2007 en uno de los bloqueos creativos, con ataques de pánico incluidos, más demoledores de su trayectoria en el cuarto arte.

Fue entonces cuando el entorno del músico, representado por su mujer, Gemma O’Neil, decidió tomar cartas en el asunto. Arrancado 2009, Gemma escribió a uno de los discípulos más aventajados de Numan: Trent Reznor. A sabiendas que Nine Inch Nails iban actuar en la ciudad de origen de Numan, Gemma intentó convencer a Reznor para que Numan colaborase en ese concierto ante miles de extasiadas almas. El objetivo era simple: el creador de hits como ‘Cars’, ‘Are Friends Electric?’ o ‘Me, I Disconnect From You’ debía aprovechar la mediática tesitura del show para reconectar consigo mismo. Con su seguridad y fortaleza como artista. Era de extrema necesidad conseguir agrietar aquel muro que separaba a Numan de su próximo logro discográfico. Alejándolo de la ansiedad, y motivándolo a afrontar un nuevo reto en el estudio.

El líder de Nine Inch Nails aceptó la invitación sin aspavientos. Para Reznor, Numan era más que un referente. Era un ídolo. De joven había mamado tan a fondo el material del londinense que éste tuvo incidencia directa en las obras primerizas de Nine Inch Nails. La versión adolescente del de Mercer quemó a escuchas «The Pleasure Principle», igual que también lo hizo con «Non-Stop Erotic Cabaret» de Soft Cell, «Black Celebration» de Depeche Mode, «Hunky Dory», «Scary Monsters» y «Low» de David Bowie. Así que la situación parecía de una manera u otra un «Win Win» en toda regla. Por un lado Reznor iba a conseguir cerrar cierto círculo vital, llegando a aprovechar la eclosión comercial de un proyecto suyo (NIN) para socorrer, al menos puntualmente, a uno de sus maestros. Numan, en cambio, conseguiría empaparse de fe gracias a las vibraciones transmitidas por 17.000 almas melómanas.

Se presagiaba un éxito a cuatro manos. Y afortunadamente así fue.

Reznor se acercó al teclado, cediendo a Numan el máximo protagonismo escénico. Y el londinense, lejos de esconderse, decidió agarrar el micro para encararse a la nube negra que le acosaba. Con una doble actuación realmente hipnótica, Gary consiguió su esperanzador objetivo. Primero golpeó con fuerza cabalgando sobre las afiladas ondas sonoras de ‘Metal’, para poco después acabar de derribar al maligno cirro con la concreción de uno de sus mayores temas: ‘Cars’.

La justicia poética parecía mantenerse inherente a ese preciso instante. Extraída de «The Pleasure Principle», ‘Cars’ era una canción basada en un conflicto urbano vivido por Numan en las calles de Londres. El músico, atemorizado, consiguió escapar de una discusión en plena calle gracias a su instinto de supervivencia. Una serie de transeúntes deseaban moler su cara a palos, pero él, astuto donde los haya, puso los pies en polvorosa en el momento más clave del suceso.

Aquel afán de subsistencia salvó la vida de Numan a finales de los setenta en la capital del Reino Unido. Y casualmente, tiempo después, también reactivó la carrera del artista. Pero en esta ocasión no era sobre el asfalto, sino en un colosal estadio situado a la vera del río Thames. Con 17.000 ánimas vitoreando su talento, y un apoyo, el de su mayor pupilo, capaz de engorilar al más aséptico.

15 de julio de 2009. Londres. O2 Arena. Un encuentro, o reencuentro según se mire. La magia se respiraba en el ambiente. Al menos en su justa medida, el resto ya es historia.

Nine Inch Nails estarán actuando este verano en el Mad Cool 2018 de Madrid. 

Pablo Porcar
el autorPablo Porcar
Fundador y editor de Binaural.es. En busca constante de aquel "clic" que te haga engancharte a un artista o grupo nuevo durante semanas y semanas. Mi Twitter personal: @pabloporcar

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