Echo la vista atrás hasta el 18 de enero de 2010, día en que me dejé caer por la sala Hammersmith Apollo londinense para ver en directo a John Mayer. Recuerdo estar ahí en medio, presenciando el fenómenal directo de la gira de «Battle Studies», y pensar que había algo que le fallaba a ese chico. No era su talento, no. Ni tampoco su capacidad vocal y instrumental (¡jamás me metería con él en este sentido!). El problema de Mayer fue, hasta bien entrado el 2010, esa ansia comunicativa que le llevaba a hablar, hablar y hablar y a su vez destruir, destruir y destruir la credibilidad de una figura que frecuentemente sorprendía con salidas de tono e insultantes, a la par que satíricos, comentarios realizados a los medios.
Afortunadamente todas esas niñerías ya forman parte del pasado. Mayer entendió su problema y tomó cartas en el asunto. ¿Primer paso? El más extremo de los mutismos. Si hacemos memoria recordaremos aquella (corta) etapa en la que el artífice de «Continuum» o «Room For Squares» abandonó las redes sociales. La intención era clara: protegerse así mismo ante ese afán que le llevaba a exteriorizar todo lo que se le pasaba por la mente. Tras conseguir desengancharse de ese mal hábito Mayer empezó a labrar una nueva personalidad, fomentada principalmente en la búsquedas de sus propias raíces. La evidencia más clara de esa transformación la apreciamos tanto en su apariencia, cercana a la de un desaliñado pero elegante Johnny Depp, como en el sonido de su melodía. Ese blues pop dulcificado había dejado su lugar a un delicioso folk perfecto para ser disfrutado en largas travesías automovilísticas.
Muchos artistas consiguen separar inexorablemente la vida personal de la musical. Mayer, sin embargo, no es de estos. Si algo le afecta en su forma de ser, también lo hace en su música. Es por eso que en «Room For Squares» afloraba pop, mientras en «Continuum» disfrutábamos de un Mayer más preciso, clásico y rendido a los pies del maestro Clapton. Con «Born And Raised» John ha encontrado al fin esa versión madura y controlada que tanto ansiaba en su pasado.
Se acabó el ruído, la palabrería barata y las chiquilladas. Pero también el blues pop y las melodías afrutadamente eléctricas. El presente de John Mayer pasa por una guitarra acústica, un atuendo a lo dandy centroamericano y un silencio que, todo sea dicho, sabe a gloria. Ahora sólo falta por ver que pasará en los próximos 600 días. ¿Volverán a temblar los cimientos de la personalidad de Mayer o sin embargo el de Connecticut volverá a lucir su Fender sin miedo a dejarse perder por su labia?. El tiempo dirá.