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«Doolittle», 30 años con mono de rock

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El mundo ya se iba a la mierda en los 80. No hacía falta ser un illuminati para vaticinar que los océanos se convertirían en los futuros retretes de la humanidad, aunque Black Francis, entonces con más cabello que barba, ya se atrevía a lanzar sus plegarias envenenadas al cielo. El mensajero era el mono, ese animal que con los años se convertiría en un icono del rock, un objeto de adoración, como un ángel con su nimbo al que confesar una lista interminable de pecados. Los Pixies con «Doolittle» (1989) encontrarían su espacio para expulsar y vociferar toda su rabia y talento más genuino. Lo harían tan solo tres años después de arrancar oficialmente con su carrera allá en 1986 con una obra magna que hoy (o mejor dicho, ayer) cumplió 30 años. Independientemente del tiempo que hayáis dedicado a devorarla, siempre le deberéis al menos 100 padre nuestros. Porque el mono es la ambrosía. El alimento de los Dioses del rock.

Un disco crudo, animal, surrealista, macabro, irónico, punki. Medios como The Rolling Stones no tardaron en calificar a esta bestialidad como «la base del rock de los noventa«. Para ir más acorde con la temática, diremos que es como la Bíblia del rock alternativo de finales de los años 80. Aunque en su día pocos lo hubieran dicho. Tras el inexplicable fracaso comercial que supuso «Surfer Rosa» (álbum anterior), «Doolittle», producido nuevamente por Gil Norton, tuvo una acogida bastante más buena: al menos en el mercado inglés se colaron inesperadamente en la lista de UK Album Chart como número 8. Si bien en Estados Unidos vendió de forma estable superando los cien mil discos al medio año, en 2005 (con la banda desintegrada) sus ventas en EEUU ya alcanzaban casi el millón. Sin embargo, «Doolittle» no es un disco que debamos valorar por sus números, en todo caso deberíamos hacerlo por su numerología (hebrea). Seven rima con Heaven, y ahí es donde tenemos ‘Monkey Gone To Heaven‘, uno de los himnos del rock.

Cuando antes he soltado que era un álbum surrealista iba más bien por la temática recurrente del surrealismo. Así, ‘Debaser‘ estaba destinada a persistir en la memoria precisamente por inspirarse en «Un perro andaluz», filme de Luis Buñuel y Salvador Dalí de 1929. La liberación del ser, del propio Frank, es tan figurada como evidente. Y para muestras está ‘Tame‘, donde parece que se esté exorcizando del mismísimo diablo. En parte, ahí está una de las cualidades innatas del trabajo: la capacidad que tiene de pasar de 0 a 100 en un segundo, de gritar a pleno pulmón si así se tercia, porque predominan los impulsos, el instinto animal ante la redondez. Si hay que chapurrear (o inventarse) palabras en español y armar un discurso en spanglish, pues así iba a ser en ‘Crackity Jones‘. Si los temas se consumen en menos de dos minutos, no hay necesidad de alargar. «Doolittle» es la fugacidad rock que tanto se echa de menos.

En el siguiente párrafo podríamos debatir sobre cómo ‘Mr Grieves‘ (personaje mitológico que representa la muerte) trata nuevamente sobre los desastres ecológicos y de cómo podríamos frenarlos si pudiéramos comunicarnos con los animales.

Sin embargo, pasaré a ‘La La Love You‘ para destacar que fue el único tema que cantaría David Lovering, batería de la banda, a lo Ringo. También había hueco para románticos, aunque nunca al nivel de Barry White, está claro. Con el eterno Joe Santiago en la guitarra y Kim Deal como bajista (años después abandonaría la banda para empezar un nuevo proyecto con The Breeders) Pixies materializó un disco con una identidad sólida, única e intransferible. Treinta años después sus pronósticos medioambientales se han cumplido, y algunos nos cagamos en todo como esos Pixies del 89. Ha quedado claro que Dios no bajará del cielo para salvarnos, así que solo queda una: darle al rock y mover el culo. Siempre al compás de «Doolittle».

Pixies estarán en otoño presentando nuevo disco en las ciudades de Barcelona, Madrid y A Coruña.

Màrius Riba
el autorMàrius Riba
Redactor | Twitter: @MariusRiba

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