Ryan Adams es un genio y lo demuestra elepé tras elepé. Cuesta encontrar fisuras en su obra. Excéntrico y atrevido, Adams no suele bajar del sobresaliente en sus trabajos. Whiskeytown y The Cardinals fueron o son sólo porque él es, pese a la intachable calidad del resto de sus integrantes. Para quien escribe, este elepé ante el que hoy nos encontramos es uno de los mejores discos de nuestro tiempo; una obra maestra de la música pop. De hecho, con toda probabilidad nos encontramos ante uno de los cinco mejores álbumes que nos ha dejado esta década que termina. Hablamos, por supuesto, de Gold (2001).
El álbum nos muestra al de Jacksonville en su punto álgido, a caballo entre el folk más puro de Whiskeytown y el rock más duro de su elepé Rock and Roll. Adams lo compuso con una maestría que la música parecía haber olvidado y le demostró al mundo que el rock no ha muerto y que, probablemente, no lo hará nunca. En Gold se dan cita todos los referentes de Adams, como en una especie de compendio que aglutina la más auténtica esencia del rock clásico. Si dentro de miles de años otra civilización quisiera saber cuál fue el resultado de la vóragine de rock y folk comprendida entre los 50 y los 80, sus historiadores tendrían que escuchar este álbum. En él caben todos los grandes maestros: Bob Dylan, Johnny Cash, Neil Young, Bruce Springsteen, Tom Petty, Stones, Beatles, The Clash…
Pronto se cumpliran diez años de la publicación de Gold y, sin duda, no hay que temer decir que nos encontramos frente a un clásico con todas las letras; en negrita, subrayadas y relampagueantes.
El elepé se abre con la grandísima “New York, New York” -que le valió a Adams un pase al público general- y se cierra con la no menos genial “Goodnight Hollywood Bvd”. Con este guiño a la geografía americana, Ryan Adams parece querer decirnos que nos embarquemos en un viaje de costa a costa a través del país cuya bandera sirve de portada para el disco. Y la cosa tiene sentido, porque aunque la temática principal de Gold es el amor, el conjunto del álbum no deja de estar emmarcado en la América del momento. Desde la costa Este, donde empiezan los sueños con la llegada a América, hasta la Oeste, que es donde se consolidan las conquistas. Bellísima metáfora para definir la búsqueda y la consolidación del amor que Adams parece llevar a cabo en Gold.
El trabajo está cuidadosamente producido por Ethan Johns y arroja un sonido profundo y delicado que arropa a la perfección las fantásticas letras de temas como “La Cienaga Just Smiled”, “When The Stars Go Blue” o “Somehow, Someday”. Las guitarras acústicas son las grandes protagonistas de Gold excepto en algunos temas de mayor calado rockero como “Firecracker” o la espectacular y urbana “Tina Toledo’s Street Walking Blues” que, para este humilde melómano, es uno de los mejores y más olvidados temas de Ryan Adams.
Nos encontramos, en definitiva, ante una auténtica joya de la música moderna. Además, es posible argumentar que Gold fue uno de los álbumes con los que la música alternativa dio el salto que en la actualidad hace poner en duda el acierto de tal etiqueta. Álbumes como éste engrandecen el panorama independiente llevándolo más allá y no quedándose en lo que podríamos llamar mainstream más comercial. Para entendernos, Gold está más cerca del Blonde on Blonde de Dylan o del Harvest de Neil Young que de cualquiera de los álbumes que denominaríamos alternativos. Críticos y amantes de la música de distintos signos y tendencias han alabado este trabajo por igual, convirtiéndolo de forma casi instantánea en un disco universal que poco tiene de indie.
Un álbum que debería ser de escucha obligatoria.