Es incuestionable la tendencia que existe hoy en día por recuperar el sonido añejo de los ochenta, en concreto, el sonido deudor del movimiento C-86. El poder de la cinta, la influencia del formato ‘cassette’ en la escena musical independiente actual ha alcanzado unos límites insospechados y cantidad de grupos que promocionamos en esta casa son prueba de ello. Sin ir más lejos, hace escasas semanas desmenuzábamos el debut de Honeyblood, una propuesta cuyas coordenadas musicales coincidían bastante bien con las del grupo que hoy ocupa este espacio: Alvvays.
La historia de este quinteto de Toronto no es particularmente especial. Su corta y meritoria trayectoria se remonta un año atrás. Por entonces, Molly Rankin y compañía apenas disponían de material propio: una colección de demos era todo cuanto podíamos escuchar de ellos. No obstante, su primera entrada triunfal la protagonizarían pronto con ‘Adult Version’ (mezclado por el talentoso John Angello y Graham Walsh), un single que nos puso a todos en alerta y que, junto a la sucesora ‘Archie, Marry Me’, nos prepararía para la llegada de un álbum que se adivinaba tan fresco y soleado como antaño lo fueron “Crazy For You” de Best Coast o “Share The Joy” de las Vivian Girls.
Tras una acogida más que notable de sus dos primeros adelantos llegaría el esperado debut homónimo (Alvvays, Royal Mountain Music) para corroborar una iniciativa simple, trivial, pero sensiblemente efectista. Alvvays practican un pop risueño y llevadero con un barniz lo-fi que, junto a la voz de su carismática vocalista, adquiere una condición que se acerca al dream-pop a la carrera. Desmarcándose un ápice de la línea vivaz -y algo radiante- que en un principio ambos singles sugirieron, Alvvays refleja de una forma más o menos explícita todas esas incertidumbres que brotan del compromiso y del abandono. Lo hacen a través de pequeños relatos estimulados por su correspondiente amor juvenil, escapista y taciturno en ocasiones (como esa ‘One Who Loves You’ que insiste en evadirse cuando lleguen los problemas ‘When lightning strikes, I’ll be on my bird’) o encarando con optimismo y aplomo los lastres que conlleva cada situación (‘Next of Kin’).
Las inmersiones más profundas del disco llegan de la mano de ‘Dives’ con sus profusas capas de reverb y los hipnóticos ecos de Rankin, lánguidos y encantadores a partes iguales. Sus tres minutos nos dejan en una nube, anestesiados, deambulando sin rumbo por atmósferas de ensueño que invitan a la relajación más que al baile. Pero, decíamos, este no es un álbum de pop de dormitorio y ahí está ‘Atope Cake’ para retomar los compases más ávidos del disco. La galáctica ‘Red Planet’ pone punto y final al disco con armonías dignas de los buenos de Beach House, culminando así un trabajo cuyo fluir resulta francamente agradable. Con él, Alvvays firman un primer disco con aroma a ‘west coast’ idóneo para ser escuchado durante los atardeceres veraniegos. Bienvenido sea el otoño pero me da mi que aún tendremos Alvvays para rato.