[Crítica] Arctic Monkeys – Tranquility Base Hotel + Casino

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Los genios están en este mundo para algo y Alex Turner va a hacer correr ríos de tinta, deliciosa expresión en estos tiempos digitales, con “Tranquility Base Hotel & Casino”. Un disco en el que difumina casi por completo el sonido de Arctic Monkeys utilizando parte de The Last Shadow Puppets como disolvente para acabar protagonizando once canciones que bien podría haber firmado en solitario. Que debería, quizá.

‘AM’ consolidó en 2013 al precoz cuarteto británico como el grupo perfecto. Aún joven, un aura infalible y amo también de Estados Unidos, la última frontera. Pero algo en ese proceso ha cambiado a Alex Turner. Inmediatamente corrió a refugiarse de nuevo en The Last Shadow Puppets y se resiste a dejar de bucear en la reconfortante retromanía que le permite esa otra piel compartida con otro retrómano impenitente, Miles Kane. Es este ‘Tranquility Base Hotel & Casino’ prácticamente un disco en el que sus compañeros le hacen de acompañamiento, especialmente Matt Helders. Es un Juan Palomo, es Scott Walker en ‘My Death’.

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Hay que hablar más que nunca de Arctic Monkeys desde el embudo al que les somete su cronista y voz cantante. Desencantado con su rol de estrella de moda (“I just wanted to be one of The Strokes”, dice en la primera línea del disco), te crees realmente en cada corte que su comentado bloqueo creativo no fue simple una treta publicitaria. Escrito desde el piano y me atrevería a decir el hastío, mirando al espacio como quien mira un autovía de huida del éxito terrenal, obsesionado por Bukowski, el apologeta del alcohol y el aislamiento, del estas son mis reglas y yo soy mi propio dios. Turner es un poeta con guitarra, ahora piano, como lo era cuando hablaba del lumpen de Sheffield. ¿Pero le siguen sus compañeros?

‘Four Out of Five’ es la que más encajaría en un setlist estándar bajo la etiqueta Arctic Monkeys y quedó constancia cuando nos asomamos a fisgonear la actuación en San Diego, la primera en cuatro años, sabiendo que habría novedades. Pero por ahí nos descubrieron, precisamente, la puerta (‘American Sports’) a la mejor canción de esta nueva entrega. Esa estancia de tres minutos y medio en el hotel y casino en la estación de la tranquilidad, una space opera en miniatura que titula el álbum y encierra (junto al desencanto de ‘She Looks Like Fun’) todas sus claves. Jesús rellenando el formulario de un spa, la cara oculta de la Luna, el miedo al poder invasivo de la tecnología y el piano de Turner al fondo del bar de los inadaptados. Un chute analógico en un planeta hiperconectado.

De exigente digestión, ‘The World’s First Ever Monster Truck Front Flip’ contiene parte del spaghetti de Ennio Morricone que tanto le obsesiona, ‘Golden Trunks’ es el intervalo político trumpesco y ‘The Ultracheese’ parece que vaya a dar paso al Bowie de Hunky Dory. Sin un single claro, una renuncia consciente, es un disco que reclama ser extrapolado del catálogo previo. Por su propio bien.

Musicalmente exquisito y monótono como él solo, si no existieran TLSP sería un apasionante nuevo lado en ese complejo y fascinante poliedro que es el cerebro de Alex Turner. Pero uno no se quita de la cabeza que los Arctic Monkeys, tal y como los conocemos desde el mundo exterior, le parecen cada vez más una jaula de oro.

Arctic Monkeys estarán en vivo este verano en el Primavera Sound y el Mad Cool Festival 2018.

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