[Crítica] Bon Iver – 22, A Million

Después de cinco años de espera, por fin, tenemos nuevo disco de Bon Iver. No debe ser una noticia menor siendo el americano uno de los artistas más reconocidos de los últimos años y que más expectación ha levantado. Queda lejos ya, aquel frío 2008 en qué Justin Vernon daba vida a su proyecto de nombre afrancesado con un primer disco que sorprendió a todo el mundo. “For Emma, Forever Ago” fue un canto a la melancolía bien entendida y un soplo de aire fresco para el pop-folk. Las barbas tupidas y las camisas de franela se convertían en la máxima expresión de una mirada triste y el dolor por una ruptura sentimental reciente.

Ocho años después, parece muy lejano aquel primer Bon Iver. La base sigue siendo la misma pero el relleno ha cambiado por completo. Como si Vernon hubiera hecho un viaje al futuro. El tracklist del disco parece la lista de la compra de una familia media de Saturno. En lugar de una campaña de Wisconsin parece que el disco fue pensado en el Café de los ochenta de ‘Regreso al Futuro II’. Todo muy diferente, muy futurista (o contemporáneo, según se mire) y sobre todo, bien de vocoder. Como si James Blake le hubiera dado por componer con guitarra y ponerse un gorrito de esos que parece una kipá que cubre toda la cabeza. Realmente “22, A Million” es algo diferente de lo esperado. Pero nadie podrá decir que Bon Iver siempre han intentado sorprender. Entonces cada uno ha de gestionar como pueda su relación con los cambios y decidir si le gusta o no.

El disco sigue siendo una adalid de la serenidad y los tempos reposados. Del pop-folk de regusto americano de olor a musgo y leña apilada. Pero esta vez pasado por el sedal de los sintetizadores. Con pasajes electrónicos que a ratos suenan histriónicos, y a otros más acertados. En algunos momentos hay una sensación de saturación sonora, de barroquismo de capas de sonido, que llega a ser empalagoso. Canciones que te recuerdan al dulce de leche, como ’10 d E A T h b R E a s T ⊠ ⊠’. Pero en otros casos, los elementos fluyen como siempre ha sabido hacer el cantante de Wisconsin ‘. 22 (OVER S∞∞N)‘, la canción que abre el disco, lo consigue. Sus juegos vocales te agarran con fuerza y copan las orejas con sutileza y grandilocuencia medida. También encontramos trazos de aquel primer disco que debería reposar en cualquier estantería del mundo con 29 ‘#Strafford APTS’. Sosegada, sin estridencias. Sutil y gobernada por el falsete marca de la casa que parece abrazarte como un albornoz de aquellos caros de hotel con spa.

‘8 (circle)’ es otro de esos parajes donde uno podría quedarse a vivir. Con algo más de instrumentación pero manteniendo la sencillez matizada que encontramos en todo el disco. Finalmente, el combo de destacados puede dar cabida a ’21 M♢♢N WATER’, una de las habitaciones reservadas para la experimentación. Donde parece no haber nada pero la avidez nos lleva a descubrir multitud de rincones y capas y capas de cosas a las que prestar atención.

Así pues, Bon Iver sigue siendo el mismo, en el sentido de amarrar un punto de partida reconocible pero que sigue mutando a cada nuevo paso. Algo de agradecer, aunque a todos nos pueda sorprender el cambio y hacernos a él. La voluntad de evolucionar es algo grato hoy en día. Donde las fórmulas de éxito son sendas fáciles para muchos porque pueden recorrerlas con los ojos cerrados, pero no suelen llevar a buen puerto. Y un artista que después de dos exitosos discos se da una pausa de cinco años para no quemarse (y recuperarse de sus ataques de pánico y ansiedad, también) nos parece una manera natural de hacer las cosas. Justin Vernon ya no tiene una cabaña en Wisconsin en la que silba el té y se apila la leña en el porche. Pero tiene un vocoder y no tiene miedo a usarlo. Además de una cabeza muy pensante y con ganas de probar cosas. Su crédito sigue casi intacto, por lo que le seguiremos escuchando y esperando a volver pronto en algún escenario cercano.

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1 comment
  1. Es un gran álbum sin duda. 10 canciones ya dicen mucho. Además, es un sonido refrescante y futurista.

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