Camille Berthomier lanzaba el viernes pasado su debut en solitario desdoblada en su nombre artístico: Jehnny Beth. Jehnny, presente desde sus primeros trabajos en John & Jehn, y que le ha acompañado en sus dos potentes trabajos con Savages, es ahora el arquetipo que dirige “To Love Is To Live”; un disco en el que, como cabía esperar, se ponen en tela de juicio nociones como la masculinidad, la feminidad o la libertad sexual. El primer trabajo por su cuenta de Berthomier sonará especialmente familiar a los fans del new wave más siniestro o de las Savages más experimentales. Su exploración lírica va sincronizada con un barroquismo sonoro que no resulta tanto acumulativo como de variación: las canciones sólo se parecen entre sí cuando son verdaderamente baladescas, o por la oscura bruma que las envuelve; volviendo la escucha inquietante y algo latosa
De este modo, se suceden momentos irregulares ante una propuesta que, inicialmente, parece interesantísima. Revertir los roles o descodificar los nichos de género y representación es una tarea para la que la música resulta ideal, lo demostró hace nada Perfume Genius con su fantástico “Set My Heart On Fire Immediately”. Pero hay que hacerlo de forma más contundente o menos atada a esos mismos sistemas de representación. Beth agarra unos sintetizadores de Depeche Mode en ‘We will sin together’, utiliza palabras como “osmosis”, pero luego se dedica a eso: a hablar de pecar. Parece que, en el trayecto de dar cuenta de sus referentes, olvida en la mayoría de los casos que tiene que seguir elaborando un producto que suene actual (o en su defecto atemporal) y personal.
Y este es seguramente el mayor problema del debut de Jehnny Beth: que tiene una producción interesantísima, unas bases teóricas muy potentes, pero rara vez vemos a su autora emerger entre todas esas ideas. ¿Cuáles son estos momentos? Nosotros nos quedaríamos con el adelanto de ‘I’m The Man’, si conseguimos obviar el videoclip; una canción ruda y crítica sin demasiados adornos, que refleja perfectamente el espíritu cortante y vigorizado de Berthomier.
Además de ella, destacaríamos las baladas: ‘The Room’ y ‘French Countryside’. En ellas su autora utiliza lo que parecen experimentos minimalistas para mostrarse especialmente vulnerable, frágil y sincera. Ahí es donde encontramos a una Jehnny Beth que sí que se abre a propuestas estimulantes y alejadas de su espacio más corriente, con un resultado muy emotivo.
Curiosamente, como nos contó en una entrevista, este proyecto empezó con ella escribiendo canciones al piano. Como todo es cíclico, Camille Berthomier, a lo Alex Turner, debería regresar al piano para reencontrarse con la base misma de sus inquietudes, y dejar, por el momento, ideales megalómanos en los que ella misma parece desaparecer. Tal vez en esa recuperación de su espacio seguro, ya sea en Savages o con una buena ristra de canciones pausadas y afectadas, volveremos a encontrar a la mejor Jehnny Beth.
Resumen de la crítica:
Pros
- Las dos baladas
- La producción desde un ámbito no melódico
Contras
- El disco es muy confuso y en ocasiones incoherente
- That’s not deconstruction