Hannah Harding, nacida en 1990 en Nueva Zelanda y de padres músicos, proyectó ampliamente su reputación con el lanzamiento de su segundo disco: “Party”, de la mano de 4AD en 2017. El oscuro e intimista LP se convirtió en un sleeper que, aunque comenzase pasando desapercibido, terminaría por calar profundamente en todo el que le dedicase la suficiente atención. Su cartilaginosa producción (de la mano de John Parish), su misteriosa narratología, y la particular y heterodoxa voz de Aldous Harding le alejaron rápidamente de la etiqueta de “mujer lastimosa que hace folk” en la que tan vanamente han caído otras artistas con mejores augurios.
Su música no es minimalista en un sentido genérico, sino que lo es en un sentido utilitarista; los profundos silencios, los chasquidos de la lengua, los rasgueos de las cuerdas, todo ello genera un espacio amplio e insondable en el que las emociones emergen con mayor fuerza. Si generalmente al escuchar música “pop” tenemos que atender a las melodías y los puentes, a lo memorable de cómo las letras trazan un paralelismo con nuestra experiencia, en el caso de Aldous Harding el juego se vuelve mucho más complejo. Harding es reservada, no gusta de las entrevistas (como la que le hicimos hace poco más de una semana), de la parte promocional de su música, de comentar su vida privada: y su música es un buenísimo ejemplo de ello. La neozelandesa propone un infinitesimal recorrido de metáforas y juegos de palabras, referencias alegóricas y metonimias, que terminan por velar lo poco que muestra de sí, dejando sin embargo al aire todos los motivos y símbolos emocionales.
De este modo ella es el primer “Designer” o “diseñador” de su álbum, un escenógrafo que nos provee de una serie de elementos que el oyente debe a su vez disponer conforme a su experiencia, a su sensibilidad. Y en esta escucha activa, el oyente, participando de la obra va tomando los matices según le convenga; pero en este caso no a través de una historia individual -la de Hannah- que superpone como un papel de cebolla a la suya, sino de una profundidad de evocación (tonal, lírica respecto a la sonoridad de las palabras utilizadas) que le permite acceder de forma más directa a sus emociones. Las palabras que utiliza Harding a lo largo de todo el disco y el relieve que les otorga no tienen nada de arbitrario. En el cuidado de los detalles aporta relevancia al trazo, a la densidad del sonido, y es difícil no ver cómo estos elementos determinan enormemente la escucha.
Para su tercer LP, por tanto, Aldous Harding continúa el estilo de “Party”, dotando a la mitad de los temas de matices más movidos y rítmicos, que le dan un aire de desplazamiento, de devenir al álbum. Sorprende ver a la neozelandesa tan segura con una línea de bajo tan marcada, un xilófono, cadencias de un folk más movido que recuerdan a Van Morrison… La canción que da nombre al disco, y en la que Harding sostiene un tono más homogéneo, resulta una de las más bellas que ha compuesto en su carrera. Mientras el piano propone unas notas alegres y desenfadadas, los instrumentos de cuerda generan una robusta atmósfera nostálgica, asemejándola a unos Fleet Foxes que decidieran adoptar por bandera el “menos es más”. ‘Zoo Eyes’ es otro de los cortes con base rítmica, que, sin embargo, conserva el tono de “Party” por ese aire vulnerable (al que también contribuyen las flautas).
Pero para mi gusto la segunda mitad del disco resulta la más redonda. Desde el single ‘The Barrel’ y su hipnótica melodía que podría estar programada perfectamente como un sample, la medida de texturas y simbolismos inciertos se expande. El lenguaje que utiliza Harding y su impredecible sentido le aporta un aire añejo y clásico a sus letras y su música, de gran belleza y entrañable sonido. Se produce una bifurcación, por ejemplo, del sentido de interpretación. Primero ella interpreta (da voz) a gran cantidad de sensibilidades, de instantes personales con aéreos trazos; y después el que escucha debe tratar de interpretarlos, de recomponer el sentido, re-diseñar la escena, o perderse en su sugestiva amplitud e indeterminación.
El oyente es operario, actor, y al mismo tiempo espectador de cada sutileza, como en ‘Damn’, donde casi puede oírse la silla del pianista crujir bajo su peso. Pero no nos engañemos, el oyente es paciente porque debe ser operado por los volúmenes y los contornos de la música, pero también porque éste “Designer” requiere de una espera y una atención enormes. Sin paciencia no hay intimidad, y en el estado actual de la industria musical es difícil encontrar la resistencia para dedicarle a un álbum de este estilo el tiempo que exige.
‘Weight of The Planets’ es a mi juicio la mejor canción que Harding ha hecho hasta la fecha. Su memorable línea de bajo, su alusiva letra en la que se puede sentir verdaderamente “el peso de los planetas” -que sin embargo flotan como si no lo tuvieran- y el exquisito toque orquestal la convierten en el clímax del LP. Todo esto evidentemente sin desmerecer la visceral y acongojante ‘Heaven is Empty’ y el sobrio cierre: ‘Pilot’. Éste último tema fue de los primeros que la cantante compuso en la gira de presentación de “Party”. Cargado -cómo no- de contenido velado, en él Harding sin embargo intenta exponer de forma más explícita cómo compone; exponer cómo y para qué lo hace. La neozelandesa consuma esa dualidad que le produce el querer ocultarse y el tener que contar en la línea: “I’m ashamed of the quiet but I want to be silent”, que cae como una losa para desgranar después aún mejor su proceso creativo: “I get so anxious I need a tatoo, something binding that hides me, but when the time comes to design, it opens up like hide under a pilot”.
“Designer”, como su portada, no es más que una serie de imágenes que se van derramando y esparciendo sobre un fondo negro (el silencio, el vacío), el cual les permite desplazarse y combinarse a su gusto. También cuanta más atención se les presta a esas imágenes más volumen y riqueza adquieren, toman más atractivo elementos hasta ahora ignorados, que estimulan con una fuerza enorme a quien los recoge. Aldous Harding ha firmado uno de los discos de “folk” del año y ya veremos si de la década, justo a tiempo para que esta acabe. Su sencillez instrumental, su entereza vocal, y su sutileza lírica “pilotan” el “menos es más” hasta unas cotas insospechadas. Todo lo demás está entre estas nueve canciones.