Si algo tenía claro el polifacético artista de Catoira es que repetir fórmulas ya empleadas no entraba dentro de sus planes. Superar la fulgurante estela de “Solpor” (Raso Estudio, 2018) iba a requerir a Baiuca de un riesgo y una evolución que permitieran elevar su proyecto a una siguiente categoría.
La inmediata irrupción de un inesperado ritmo sincopado en “Meigallo” sirve como sobre aviso introductorio para reconocer que definitivamente Álex Casanova ha conseguido dar el perseguido volantazo que buscaba en el enfoque de su segundo álbum. La sublime conjura maquinada junto a Rodrigo Cuevas para “Veleno”, por su parte, hace también un temprano asalto que poco tarda en ratificar nuestra sospecha del tono lóbrego que teñirá el resto del LP. Alquimia, ritual y misticismo son algunos de los elementos con los que peregrinaremos a lo largo de “Embruxo”.
En este paso de una apuesta global a una reválida más convencida evidenciamos un uso frenético hasta ahora inexplorado de la percusión como eje central del disco. Sirvan “Diaño”o “Conxuro” como ejemplos de cómo el tañido de la tela acapara casi de manera íntegra el papel de elemento conductor armónico, tan solo escoltado por el impetuoso y enérgico chorro de voz del grupo de cantareiras y pandereteiras, Lilaina.
Alejandra y Andrea Montero, componentes de esta formación de Miño, son las encargadas de acompañarnos en cinco temas de esta particular visión y honra a la espiritualidad gallega que plantea Baiuca. Sus voces acometen con ferocidad entre redobles que rozan lo primitivo y tribal, convirtiéndose en las auténticas responsables de domar la melodía de los temas con una mínima cantidad de recursos. A su vez, estas bravías interpretaciones dan paso a cadencias más sanadoras que, a ritmo de flauta, aligeran el espesor y la oscuridad global del largo, como sucede en la propia pista que da nombre al disco, “Embruxo”, o en la colaboración con el multi-instrumentalista Cristian Silva para “Cortegada”.
También hay sitio para elementos reconocibles en este mágico recopilatorio de paisajes dibujados por el artista de Pontevedra. El cierre del álbum (“Lobeira”), sin ir más lejos, se apoya en un delicioso sample que navega entre silbidos y tamborileos, ideal para cerrar el recorrido de esta liturgia sonora, que cumple con creces el cometido de trasladarnos a las profundidades de un patrimonio sobrecogedor.
Una vez más, Álex hace alarde de un exhaustivo y absorto trabajo de investigación, esta vez focalizado en las coplas y el cancionero tradicional gallego, que suponen el germen de una adaptación y revisión con lenguaje propio. Se nutre de referencias con arraigo y explora la versatilidad de ciertos elementos que, aún ya presentes desde la sutilidad en anteriores trabajos, en “Embruxo” terminan de florecer y desarrollarse. En esta ocasión, no se conforma con presentar un proyecto más donde establezca lazos entre tradición y vanguardia (una fórmula recurrente, y quizás abusiva, que hemos visto proliferar en los últimos años), sino que busca ascender a un siguiente estadio explorando nuevos géneros y llevando la fusión a otros recovecos de su amplio registro.
A través de una remesa de diez temas que conectan la mística y la espiritualidad de la tradición gallega con el oyente, el productor consolida ese rol de mediador de lo tradicional que le ha venido dado con el tiempo, estableciendo puentes entre generaciones y acercando a un público joven una herencia cultural que nunca deberá morir.
Streaming de «Embruxo», ya en Spotify.
Resumen de la crítica:
Pros
- Una correcta re-enunciación de sus principios creativos sin caer en la reiteración de anteriores propuestas
- Amplitud de miras a la hora de presentar sonidos hasta ahora no explorados por el artista
- Solidez en su proyecto que gracias la experiencia fluye con acierto a un siguiente nivel
Contras
- Ausencia de una mayor variedad de voces