Continuando con la cascada de músicos que han tardado un interminable lustro en volver a meterse en el estudio, hoy vamos a hablar de Robin Pecknold y sus Fleet Foxes. Seis años dan para mucho y “Crack-Up” es clara muestra de ello: un disco ambivalente, contradictorio, emocional y que recoge como buenamente puede las andaduras del vocalista a su paso por New York (donde ha estado estudiando). Porque oigan, la gente cambia mucho, y si no piensen en cómo eran ustedes allá por 2011, cuando Bon Iver triunfó con su segundo álbum, o muchos de nuestros referentes musicales aún parecían inmortales.
En la propia estructura del LP se adivina un proceso de construcción lento, farragoso y fatigoso. “Crack-Up” se amolda a la perfección a la frenética y desconcertante vida de la ciudad en la que fue ideado. La antológica introducción de seis minutos es ‘I Am All That I Need/ Arroyo Seco/ Thumbprint Scar’, una presentación digna de mención, que abre donde cerraba “Helplessness Blues”, con un desganado inicio acústico en el que Pecknold adula la soledad. Desde este mismo instante se contraponen los vertiginosos cambios que el álbum nos va a proponer, y es que entre estrofa y estrofa, Fleet Foxes transforman una y otra vez este acústico sobrio y apático en una apasionante canción de folk rock épico. En ella, el arrebato aparece con el encuentro amoroso, con la mitificación y la narración, que consuma en la sección melódica final, con grandísimas armonías vocales, las cuales bien podría pertenecer a “Sun Giant”.
“Crack-Up” tiene dos secciones bastante marcadas. Aunque en ambas las armonías y los arreglos son bien finos, hasta el cierre de ‘Third of May/ Ōdaigahara’ se adivinan una ansiedad y una inquietud mucho mayores. Robin Pecknold, aún no habituado a su nueva vida, disecciona sus emociones, sus encuentros emocionales y preguntas existenciales de una forma más abrasiva y desasosegada. En una clave ligeramente más oscura, el tercer disco de Fleet Foxes es el más serio, o maduro al uso. Preguntas sin respuesta, la constante presencia de la mentira para continuar con una vida sin sentido, la aceptación de que es prácticamente imposible vivir al margen del resto de la gente… En ‘Cassius’ o ‘Kept Woman’ no cesan de proponérsenos estas y otras incertidumbres entre melodías altamente complejas y cambiantes, que invitan a un recorrido intensísimo y desconcertante por la geografía vital de lo que han sido estos seis años.
Si ‘Third of May/ Ōdaigahara’ como single fue redentor y esperanzador, dentro del disco funciona como eje central sobre el que se colocan y organizan el resto de canciones. El corte de casi nueve minutos merece una crítica completa al margen de la propia del LP (que no pienso darle). Al igual que en la obertura, en él caben tres o cuatro movimientos diferentes, consistentes, y con moods totalmente distintos. Las referencias históricas y a la literatura clásica, presentes en todo el trabajo, agudizan su necesidad aún más aquí. Fleet Foxes acaban por tontear con el post rock tras un recorrido totalmente frenético: la canción arremete desde una euforia desmedida y termina en abatimiento entre adornos de cuerda preciosistas.
Así llegamos al sosiego, finalmente la inquietud se traduce en una paz empática y amable, volviendo con ellas las armonías más características de la banda de Washington. ‘If You Need To, Keep Time On Me’ y ‘Mearcstapa’ son el remanso tras una mitad tempestuosa e indisciplinada, con ellas Pecknold nos conecta con esta sensación densa del paso del tiempo. Porque eso que recoge con tanto acierto “Crack-Up” es el prolongarse de los días, que se puede percibir en las apelmazadas composiciones, de las que no se adivina el principio ni el fin, y que se vuelcan las unas en las otras sin que uno termine de comprenderlas. Así llegamos a la inicialmente liviana ‘On Another Ocean’, que parece que continúa la línea tenue de sus predecesoras, pero que a mitad de trayecto se arranca con un riff de guitarra que eleva eufóricamente la canción. El momento de plenitud se firma pues, en ‘Fool’s Errand’, single raruno que de nuevo termina de tomar fondo y forma dentro del propio disco (como Siempre debería ser). Aquí “Crack-Up” entra en el momento de gratificación, con trompas, arreglos que se acercan a los de Radiohead en “A Moon Shaped Pool”, y mucha aceptación. Robin Pecknold se somete a los arrones de la vida, y procura desde esa posición de cautividad y fascinación colocar algo noble consigo mismo en el cierre del álbum.
“Crack-Up” es un disco que no lleva seis años hacer, o que sí. No es nada fácil decidirse: lo es desde la perspectiva en la que recoge el tiempo, no lo es desde lo poco nuevo que entrega al oyente. Para el amante del folk y para el amante de Fleet Foxes este disco es de urgente escucha, tiene un aura espectacular y será seguramente esencial propuesta para el verano de 2017. Muchas cosas han cambiado desde 2011, y la concepción de Robin Pecknold sobre su propia música ha dado un giro extremadamente grande, aunque la proyección sobre sus sonoridades resulte similar a primera vista. Pero el tercer disco de una de las bandas más fuertes del folk de nuestra época no es para nada un error, sino una celebración correosa y emocionante de la vida, aunque duela.
2 comments
Buena reseña. Juzgando por lo que he escuchado hasta ahora, creo que esto va a ser el mejor disco del año.
Es un disco de 9,5 rozando el 10 claro que de lo mejor del año incluso de la década, un disco muy rico muy basto, es un total avance tanto en líricas como en instrumentación desde su primer disco y rebasa con creces el segundo, es digno de comentar que el titulo fue tomado el libro de F. Scott Fitzgerald,el cual podemos referir como “El Derrumbe” o “La Grieta” , Robin Pecknold se inspiro de las historias de navegación por su padre y del escritor Bernard Moitessier , que sea o no asequible al publico no, para nada un punto en su contra es claro el sentido de la banda , no es vender es llegar a los pocos que gusten de su trabajo.