La honestidad, por delante. Es imposible calibrar (al menos para este que escribe) normalmente un disco de Radiohead en menos de 48 horas. Ni en un mes. Hay obras conceptualmente diseñadas con una ingeniería interna que requiere análisis, pausa, machacar detalles y afrontarlas con el mejor espíritu. En definitiva, dejarlas reposar. Sé que es algo imposible en el mundo de la música actual. Prima más el atropellar al oyente y quemar disco tras disco que la reflexión y el revisitar lo escuchado. Lo que ahora sigue es mi modesta, humilde y seguramente errada percepción de “A Moon Shaped Pool“.
Lo primero. Suenan liberados en su meta de perfeccionar la perfección. Relajados incluso, si eso es posible. Es la idea que me rondó una vez que los once cortes del disco llegan al final de la vía. Ya me pasó con Bowie y su “Blackstar“. En ambos veo (escucho más bien) ataduras rotas. Con Bowie ya sabemos el por qué. En el caso de Radiohead, una de sus marcas de agua ha sido siempre retar a sus fans a auténticos ejercicios de sadomasoquismo. Desde crípticas páginas web que harían caer en el orgasmo a un masón del siglo XIX, a tenerlos desentrañando obsesivamente cada frase distorsionada de Thom Yorke. Ser precursores de lanzar un disco al modo pay as you wish (“In Rainbows”) o directamente ponerlo a correr sin avisar (“The King of Limbs”). Con “Ok Computer” dieron carpetazo con tres años de antelación al siglo XX, en “Kid A” se sentaron en el Trono de Hierro y con “Amnesiac” eliminaron la competencia. Habían redefinido la música popular a través de un estilo genuino e intransferible. Para bien (de sus ultrafans) o para mal (de su legión de haters). Y donde “Hail To The Thief” fue un aviso premonitorio de la que nos venía encima (Lehman Brothers, por ejemplo), el periodo 2007-2011 fue a todas luces excesivo e intrincado.
Esta vez, en vez de seguir hacia adelante, se han parado a contemplar la carretera. No ven nadie detrás. Han ganado. ¿Para qué correr? ¿Por qué no disfrutar el camino? Quizá por eso retoman ideas que dejaron esparcidas como semillas (‘Burn the Witch‘ nació en 2002), dan forma a un gran tema de Thom Yorke en solitario (‘Present Tense’), graban otras que ya desvelaron en la gira de 2012 (‘Identikit’, ‘Ful Stop’) y finalizan el disco con una joya para fans acérrimos largamente esperada: ‘True Love Waits’. Suena sospechosamente a atar cabos sueltos…
Apuntaba en el análisis del primer avance que el grupo hacía promesas. Bien, me equivoqué. Abre con ese compendio de buena parte de la imaginería del quinteto de Oxford (paranoia, la amenaza de la masa sin rostro y su virulenta reacción ante el poder del individuo, “las puertas marcadas por cruces rojas”) pero desde ahí, el trazo se vuelve vaporoso y discontinuo. No existe la poderosa fuerza conceptual que vertebraban los trabajos anteriores… pero es que este tampoco la necesita.
¿Que por qué? Pues porque hay belleza en el hueso del piano y el músculo de la cuerda (‘Daydreaming‘, ‘Glass Eyes’), metáforas espaciales que crecen sinuosamente (‘Decks Dark’) y hasta ecos de la era ‘In Rainbows’ mejor traídos como es ‘Ful Stop’. El tramo final lo propulsa ‘Identikit’ y sus coros de iglesia abandonada, y en ‘Present Tense’ se deslizan hacia la bossa nova. También este trabajo es recipiente para intervalos menos agraciados, como ‘Desert Island Disk’, un ejercicio folk-introspectivo, o ‘Tinker Tailor Soldier Sailor…’ que no termina de ir a ninguna parte.
En todo caso, el noveno trabajo de estudio del grupo británico está entre los discos donde Thom Yorke abre más de sí mismo. El broche en forma de ‘True Love Waits’ es difícilmente superable. Honda y aún más preciosista que en sus dos principales versiones en directo (la de Bruselas 1995 y el live ‘I might be wrong’ editado en 2001). Aunque bucee continuamente desde algo tan personal como qué significa ser ya un hombre de mediana edad, es paradójico que alcance una de sus cotas más interesantes como letrista cuando apela a la conciencia global. ‘The Numbers’, un alegato medioambiental en apariencia (su primer título fue ‘Silent Spring’) que trabaja a otros niveles de protesta (¿crisis migratoria?, ¿indefensión ante las multinacionales?) podría ser un ejercicio de paroxismo y termina siendo una canción mayúscula. Un giro muy radioheadiano.
Pero si un rasgo genético de “A Moon Shaped Pool” puede definir cómo será el futuro de Radiohead es que para Jonny Greenwood la guitarra ya no existe. Pasa a ser un elemento totalmente secundario. Su cerebro está colmado con arreglos orquestales, piensa como un director. Por eso la London Contemporary Orchestra es, a su modo, el sexto miembro del grupo. Y si a Thom Yorke le pesó tener la mentalidad de un DJ en “King of The Limbs”, con su socio la cosa es diferente. Estamos a dos pasos (o uno) de vivir un disco de Radiohead concebido y ensamblado como una banda sonora al uso. Probablemente es presuntuoso vaticinarlo. Mientras, Radiohead se han tomado unas vacaciones de ser esos Radiohead excesivos y al filo de lo cargante. Y les ha sentado bien. Como a todos.