[Recomendación] Minor Victories – Minor Victories

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Si bien coherente, una mezcla entre Mogwai, Editors y Slowdive se podría antojar recargada, pero Stuart Braithwaite, Rachel Goswell y James y Justin Lockey han logrado crear una sonoridad nueva con entidad propia, manteniendo un delicado equilibrio entre las atmósferas que caracterizan a sus respectivos grupos. La primera noticia, entonces, es buena: Minor Victories suenan exactamente como todos imaginábamos que sonarían, pero no de una forma falta de alma, cosa que abunda en el terreno pantanoso de los supergrupos. El manejo de la épica apuntalada con crescendos apabullantes y una batería arrolladora, la voz de aura elevada de Goswell y tantos otros matices del disco tienen raíces identificables en sus grupos de origen pero un carácter genuino. Ahí reside el éxito de la banda, en saber jugar con sus elementos representativos sin parecer innecesarios ni resultar redundantes.

Los 10 temas que componen el disco siguen una lógica similar, en la que una instrumentación densa (potentísima o sutil, según el caso, pero siempre densa en el mejor sentido del término) permite a la cantante de Slowdive y Mojave 3 aportar el contrapunto perfecto con una voz que suena inocente pero cuyas palabras nos hacen olvidar inmediatamente tal impresión. Y es que, pese a que la supremacía sigue siendo de la forma musical -como ya era de prever-, el debut homónimo de Minor Victories presta muchísima atención al contenido de las letras. Cada verso es una pincelada de melancolía, violencia, inseguridad, desazón, impotencia que nos acaba conduciendo, mediante un giro argumental ya apoyado desde el principio por la contundencia y la seguridad de la parte instrumental, a una pequeña luz al final del túnel, a algo a lo que aferrarse o por lo que, pese a que todo se desmorone y las expectativas no se cumplan, valga la pena seguir adelante; estas son las victorias menores de las que nos hablan.

El álbum empieza con un sonido sostenido y apacible (casi como si de un cover de Shine on you crazy diamond se tratara) que en seguida se torna amenazante, y un primer golpe de bombo y plato nos avisan de que esto va de otra cosa. Rachel Goswell tiene dentro el espíritu de maldad que le ha inculcado alguien que la ha acompañado por ya demasiado tiempo, y, en cuanto se plantea que “better give up the ghost before it wakes”, éste amenaza con hacerlo, bien encabronado, encarnándose en la guitarra distorsionada de Braithwaite. Con apenas tiempo para superar el desvanecimiento final del espíritu nos asalta el naufragio romántico de ‘A hundred ropes’, primer single del disco, en la que Justin Lockey, de algún modo director musical del cotarro, saca la artillería pesada de sintes y cuerdas y nos presenta un resumen perfecto de lo que han venido a hacer aquí esta gente.

Toman predominancia las cuerdas y el piano arpegiado en ‘Breaking my light’, que con ‘Folk Arp’ es una de las dos canciones del disco con tendencia hacia la balada. Junto con la pieza que las separa, ‘Scattered Ashes (Song for Richard)’, pequeño desvío con tintes de pop cantado a dúo con James Alexander Graham de The Twilight Sad, forman un particular tríptico narrativo: el declive de una relación, su destrucción y su renacimiento. Quizá esto pueda sonar un poco solemne, pero ahí entra en juego el integrante menos conocido por su carrera musical, el cineasta y bajista James Lockey, para darle la vuelta al asunto con uno de los videoclips más deliciosamente posmodernos que recuerdo. Dos palabras: gatitos kaiju.

Ahora que hemos mandado al garete por un segundo la seriedad de Minor Victories -de hecho, quitarse hierro en detalles como éste ha sido un gran acierto de cara a hacerse más digeribles y llevaderos como propuesta-, encaramos la segunda mitad del álbum, que arranca con su canción de vertiente más rock, Cogs, cuya sonoridad es fantástica pero a la cual quizá le falta un poquito de gancho. La que sigue, sin embargo, es una de las perlas del disco, a la vez que es sin duda el tema más alejado de la tónica general. Se trata de un dúo a la Pimpinela entre Goswell y Mark Kozelek, en la que ambos repasan al más puro estilo Sun Kil Moon sus muchos años de amistad con toques amorosos en un diálogo de fechas, lugares, momentos y anécdotas. Pese a que choca con el estilo poético del resto de letras y la sobrecarga instrumental es sustituida mayoritariamente por un simpático metalófono, la esencia de la pieza no podría ser más afín al conjunto.

En contraposición, ‘Out to Sea’ es prácticamente todo atmósfera y, pese a no irse de la línea planteada, hace entrar al oyente en una especie de letargo que hace que los dos últimos temas se encaren un poco cuesta arriba. Se recupera el ritmo volviendo animadamente al metalófono, ahora más integrado en la maquinaria completa de Lockey, en ‘The Thief’, que poco a poco nos despierta a la vez que supera con éxito el delicado mundo de las metáforas de amor y ladrones. Finalmente, y para clausurar estos cincuenta minutos de travesía tortuosa pero altamente gratificante, ‘Higher Hopes’ recapitula todo lo dicho y tocado y ofrece una conclusión soberbia a la que el oyente llega tan exhausto como satisfecho.

Una nota al final del libreto que acompaña al CD hace una pequeña reflexión que me gustaría compartir a modo de cierre, dada la polémica que se generó entre puristas al saber que en el proceso de grabación del álbum los integrantes prácticamente no coincidieron en el mismo espacio, es más, apenas se conocían. “Hemos hecho este disco como una banda. No grabamos en la misma sala ni al mismo tiempo… Honestamente, probablemente no empezamos ni con la misma visión. Con el tiempo (en este caso, sobre año y pico) las cosas se empezaron a alinear: ideas, nociones, actitudes, pensamientos y procesos…. Correos electrónicos, videollamadas ligeramente incómodas, escuchas a escondidas en sesiones de estudio vía telefónica. Nunca compartimos el mismo aire mientras lo hicimos, pero… Hemos hecho este álbum como una banda, porque quién coño sabe realmente lo que es una banda hoy en día de todos modos?“. Sin duda, lo son. Y que dure.

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