Comienzo esta crítica avisando de que no voy a mencionar el adjetivo “hiperactivo” para referirme a Ty Segall, más manido que Rajoy hablando de “España” y “empleo“. Reconozco que es fácil etiquetar al rubio californiano que, cerca de cumplir 30 años, ya va por su noveno disco de estudio, sin contar sus proyectos paralelos. “Ty Segall” se llama su nuevo disco, un álbum en el que se percibe felicidad a flor de piel y amor a su pareja Denée Petracek, como lo demuestra en varios pasajes de este nuevo LP. El énemiso trabajo de estudio de Segall y su inefable equipo Emmett Kelly, Mikal Cronin, Charles Moothart y Ben Boye, podría ser definido como la mezcla perfecta de anteriores referencias como “Slaughterhouse”, “Sleeper” y “Manipulator”.
Este año, el del gallo según el calendario chino, parece ser el año de Segall, que además de disfrutar de un momento dulce en lo personal, redondea la parte profesional con un disco que es una especie de aniversario, el décimo, concretamente. Han pasado 10 años desde que editó dicho debut, en el que aparecían temas como ‘Pretty Baby (You’re So Ugly)’, ‘The Drag’ o ‘Oh Mary’, donde se acercaba más al punk garage de Jay Reatard. Pero, ¿qué ha cambiado en una década? Pues que ha dejado de ser ese muchacho imberbe que hacía ruido inspirado en el punk, para pasar a ser una banda que hace gala de su notable técnica musical, como ya lo demostraron en el pasado “Emotional Mugger”, en el que incorporaron elementos que se alejan de la simple rabia inspirada en Black Flag o The Stooges y se acercaron a un conjunto de férrea base setentera, inspirada en sus ídolos Black Sabbath, T-Rex, Pink Floyd y The Kinks.
‘Break a Guitar’ abre el disco de su majestad Segall, una canción que bebe directamente del Slaughterhouse, una combinación de Sabbath y Big Star, que provoca al personal con su letra “Baby gonna break a guitar / gonna make it a real big star”. Psicodelia a cascoporro para comenzar el álbum con apetito de felino hambriento. ‘Freedom’, un tema de garage pop con guitarras punzantes, es una canción bastante vaporosa pero firme, que funciona como aperitivo de la tercera pieza de la obra, que no es otra que ‘Warm Hands (Freedom Returned)’. Este tema son diez minutos de placer sonoro stoner, que levanta capas y capas de polvo, una maratón instrumental que reafirma las seis cuerdas para dar paso – en varias oportunidades – a una calma de flecos jazzísticos. ‘Warm Hands’ es como Harvey Dos Caras de Batman, tan tóxica como hermosa, el ying-yang que separa a Neil Young de Syd Barret. Ty vocifera rabioso un Shameeeeee que nos lleva a la estratosfera.
El segundo tercio del disco se abre con ‘Talkin’’, el tema más Beatles, de los cuales el mismo Ty copia la postura de sacar discos como churros. Aquí emerge el polifacetismo del californiano, se nota la amistad que ha ido forjando con King Tuff en esta pieza, donde muestra su lado más positivo y hony tonk. McCartney estaría orgulloso. ‘The Only One’ abre en plan comando guitar hero Iommi, llevando al límite de lo agudo esas seis cuerdas y sacando humo de las mismas para dar paso a la frenética ‘Thank You Mr. K ’ y ese agradecimiento al Twins y el Thank God for Sinners’, o lo que es lo mismo, un coche sin frenos que te estalla en plena boca, una oda a la locura de sus demonios internos que bien nos mostró en su acústico Sleeper. Cristales rotos, puño en alto y anarquía.
‘Orange Colour Queen’ es el lado romántico de Segall, oda a su musa sentimental ‘I just want to call you here and grin / feel the warmth of your skin / oh you’re my orange colored lady’, folk pop psicodélico y un Marc Bolan sobrevolando el cielo. Siguiendo esa onda más calmada de esta última parte del disco, aparece ‘Papers ’ con un piano hermoso y un claro homenaje a The Kinks, otra de sus influencias de su juventud. ‘Take Care (To Comb Your Hair)’, otro tema de amor del Segall trovador. Aquí, su amor por el pop más preciosista se hace notar, unos arrebatos zepellianos por el medio no quitan que sea una pieza calmada y coqueta. ‘Untitled’, otro de los recursos que suele usar Ty en su discografía, pone la nota de noise y el broche final a una construcción que ya en enero se perfila como de lo más destacado del año.
“Ty Segall” se perfila como un disco que recorre todas las aristas de sus diez años de carrera, una especie de auto homenaje que llega en su momento más dulce, enamorado y rodeado de buenos amigos y con un nombre establecido en la escena musical. A lo James McAvoy en Split, Segall desdobla todas sus personalidades para entregar un disco redondo. Llevo bastante tiempo siguiendo la carrera del otrora integrante de The Traditional Fools, Fuzz, Gøggs y me costaría elegir qué disco me gusta más pero, sin duda, este último trabajo ocupa el podio junto a Slaughterhouse, Manipulator o el primero de Fuzz. Diez años sin bajar el pie del acelerador a un ritmo impecable, Ty, como Messi, se merece todos los balones de oro de los últimos 7 años. Brilla con luz propia y ya se ha convertido en un clásico moderno.