Si uno se para a pensarlo un momento, es realmente conmovedor y emocionante asistir al nacimiento de un disco como “El Largo Mañana“. Hablar de privilegios es clave para analizar y entender cualquier cosa en toda su dimensión, porque la calidad o importancia de algo siempre cobra mayor sentido atendiendo a las circunstancias en que han llegado a producirse. Quien conozca la trayectoria de Rufus T. Firefly sabrá que el suyo nunca ha sido un camino fácil —coyuntura indisoluble al hecho de querer dedicarse a crear música en los tiempos que corren— y que muchas veces continuar depende de dar con la tecla y que un trabajo conecte con el público.
Eso sucedió con “Magnolia” en 2017, un disco que cambió la vida de la banda y de muchos de nosotros; y que ha posibilitado, a pesar del panorama, que hoy estemos hablando de su séptimo álbum. Un hito de un mérito mayúsculo, y una suerte de la que hay que ser conscientes en este país. También hay que recalcar el triunfo que supone para todo el sector comprobar que una estrategia de promoción como la que han seguido, basada en empezar a tocar el disco en directo y sacar a la venta los formatos físicos con más de un mes de antelación a su lanzamiento en plataformas virtuales, ha resultado un éxito total. El público ha llenado todas las fechas y el stock de discos previsto para 6 meses se agotó en poco más de 12 horas.
Recuerdo las palabras de Víctor Cabezuelo hace unos tres años, cuando se estaba cerrando la etapa “Magnolia-Loto“, anunciando que cuando volvieran con material nuevo sería algo completamente distinto a lo visto hasta entonces. Bueno, pues no ha sido del todo así, si exceptuamos la incorporación de los bongos de Juan Feo (de la banda Club del Río), que aporta al sonido Rufus una no poco notable sensación de estar dentro de un disco de Marvin Gaye. Esa frescura neo soul suaviza las curvas, pero también hace crecer a unas canciones repletas de letras espectaculares, transiciones, salidas y desarrollos instrumentales que dejan a la altura del betún a la mayoría de lanzamientos a nivel global de este año.
Los temas esta vez avanzan sin prisas en la mayoría de los casos, dejando que la música acompañe a un discurso que es el elemento central de este trabajo. Las letras forman un bloque perfecto y cerrado, un tratado sobre la aceptación de las cosas buenas que pasan en la vida. Sobre entender que la calma y la paz existen, al final terminan llegando y que, en un mundo como el actual, donde comienza a ser habitual que el vagar perdido y con ansiedad se dilate durante demasiado tiempo, es necesario que alguien venga a contarnos que realizar ese proceso es imprescindible. Que es posible agarrarse a las cosas buenas, dejar que entren en nuestra vida, y que sentirse a salvo y en casa con ello es una posibilidad real.
Esta idea toma forma, pues, a lo largo de las 8+2 canciones que componen el disco, y que comienzan con el viaje en sí mismo que supone ‘Torre de marfil’, un inicio maravilloso que se toma su tiempo para dar las primeras pinceladas discursivas, y que rompe a mitad de canción con un contundente riff de piano que acompaña y conduce la canción hacia un crescendo que termina convirtiendo la canción en una cosa descomunal.
Sin dar tiempo prácticamente a recuperarse, ‘Lafayette’ irrumpe con un patrón de batería imposible y nos hace levantar la mirada del suelo para afrontar la travesía emocional que queda por delante.
‘Tempelhoff’ nos lleva de viaje por las alturas, tomar distancia con la tierra y lo que en ella se queda anclado, y tratar de encontrar belleza en lo cotidiano y ser consciente de que, aunque todo se desmorone, nos tenemos los unos a los otros. El sonido —con un espectacular giro al final— conecta con los Rufus de la etapa anterior, y se prolonga en ‘El largo mañana’, el título homónimo al disco, que se apoya en los sintetizadores para impulsarse tras los estribillos. No parece casual que en el núcleo nos encontremos con los dos temas más soul. ‘Me has conocido en un momento extraño de mi vida’ y ‘Polvo de diamantes’ parecen salidas directamente del I Want You de Marvin Gaye, plegando el dolor con ternura y sensualidad. La primera recurre a la última frase de ‘El Club de la Lucha’ y al penúltimo verso del poema ‘Hijo de la luz y de la sombra’ de Miguel Hernández para dibujar la suerte de encontrar a alguien que te aporta paz tras un largo recorrido de sufrimiento y decepciones; y ‘Polvo de diamantes’, además de contener una de las mejores frases de sintetizador de su carrera —palabras mayores esto—, representa la fase siguiente al estado del tema precedente, en la que la persona se reafirma en lo que siente y disfruta de la nueva situación que ha nacido.
Hasta cierto punto, es desconcertante leer la letra de ‘Sé dónde van los patos cuando se congela el lago’ y descubrir el tipo de canción que es a nivel musical; excepto si nos la creemos de verdad. Resume las principales características de cualquier amor que merezca la pena —incluido el que se ha de tener por uno mismo—: cuidado, compromiso, admiración y confianza; y acierta de pleno en lo que todos necesitamos escuchar cada poco: que nuestra cabeza a menudo nos engaña y hay gente que siempre nos ve tal y como somos en realidad. También que, aunque no sepamos qué va a pasar y el futuro o el presente pinten negros, lo más importante es saber que un estado determinado no es más que eso, algo transitorio que no se corresponde con lo que somos ni con lo que vamos a ser más adelante.
El disco cierra oficialmente con ‘Selene’, una preciosidad basada en el mito de Selene y Endimión. Ella, la diosa de la luna; él, un pastor mortal (aunque semidiós), que viven fascinados el uno del otro sin saberlo, hasta que una noche Endimión despierta tras un beso de Selene, que bajaba todas las noches a estar junto a él mientras dormía, y por fin descubren que el amor que sienten es mutuo. Finalmente, para poder estar juntos, Zeus le concede a Endimión la inmortalidad del sueño eterno para despertar cada noche y poder estar con su amada.
No nos podemos olvidar —aunque vengan “separadas” en el listado— de ‘Esta persona no existe’ y ‘El hombre de otro tiempo’. Dos canciones que, si bien no funcionan como cierre real, sí que aportan información complementaria a la obra, como los anexos de un libro. Hay que perder el miedo a mostrarse como uno es y a bajar el ritmo si es necesario; pero, sobre todo, a volver la vista atrás hacia el último puente quemado, ser consciente de lo que se vivió al otro lado, pero entender que la historia continúa donde ahora se encuentran los pies.
1 comment
Si es un tostón…