Weyes Blood – Titanic Rising | Crítica

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Natalie Mering, más conocida como Weyes Blood, lanzó su debut discográfico con Not Not Fun Records en 2011 (obviando sus dudosos self-released anteriores). Para su segundo trabajo, en 2014, la norteamericana ficharía por Mexican Summer (Cate Le Bon, Ariel Pink, Connan Mockasin…), donde permaneció con su álbum de confirmación “Front Row Seat to Earth” en 2016. Tres años después, y esta vez de la mano del todopoderoso Sub Pop, Weyes Blood firma su disco de consagración. “Titanic Rising” es un LP atemporal y hermoso, que difícilmente pasará desapercibido en ningún medio este curso, y que confirma el estatus de estrella alternativa de la cantante.

Ya en 2016 se olía la tostada de lo que podía dar de sí el estilo de Mering. Su propuesta nostálgica y desesperanzada brillaba con delicadeza en canciones de la talla de ‘Generation Why’ o ‘Seven Words’, que relatan con belleza y especial atino el sentir de la generación millenial. Su cuarto trabajo oficial no es menos que aquello, sino más y mejor. Desde el primer minuto de “Titanic Rising” Weyes Blood se convierte en cronista de una época desoladora, la cual nos detalla con una carga enorme de emotividad y dulzura. El folk-pop de corte barroco y sintetizadores etéreos convierten al álbum en una cápsula lanzada al espacio en la que su voz privilegiada va sumiéndonos en una intensa nostalgia por lo que pudo ser, momentos pasados y la irreversibilidad del tiempo.

Los referentes sonoros son claros, los autores de pop barroco y folk psicodélico de finales de los 60 y principios de los 70; todo ello mezclado con una producción sintética de una limpieza impecable, sin los excesos que cabría esperar de ese estilo tan ostentoso y sobrecargado. El extraordinario parecido de la voz de Mering y la de Karen Carpenter hace el resto, uno tiene la sensación de estar escuchando una cinta perdida de aquellas épocas, pero no en la actualidad, sino a unos años vista: cuando todo haya desaparecido. En el primer corte, ‘A Lot’s Gonna Change’, esta intimidad está servida, a un sintetizador angustioso y gastado le siguen sobrios y seguros un piano y la voz de Natalie Mering, que toma el timón del disco como protagonista incuestionable (fuera de los dos interludios que funcionan como entreacto y conclusión).

El mensaje que prima en este tema no deja de agitarse por todo el LP: es difícil dejar atrás todo lo que se soñó y se imaginó en la infancia, todas las historias a través de las cuales inventamos un futuro alentador y lleno de esperanzas. La desolación del presente va derritiendo aquellas epifanías a través del emocionante tono de la intérprete, que, si bien nos cuenta con crudeza esta circunstancia, no parece querer desapegarse de sus deseos con facilidad. De este modo los protagonistas de “Titanic Rising” son la propia Weyes Blood y el Tiempo, que en esta píldora de apenas ocho canciones completas nos recuerda su fuerza y su incesante labor. Estas ocho canciones completas se dividen a su vez en dos fases. La primera mitad, más accesible y coreable, recoge recursos exóticos -como los bongos en la extremadamente apenada ‘Andromeda’-, referencias a estructuras más predecibles en el pop fresco de ‘Everyday’ (su soberbia exclamación de “I need love everyday” resulta enternecedora) o el folk clásico de ‘Something to Believe’. Pero la tralla queda para la segunda mitad.

La escucha del -ahora- single ‘Movies’ tras el celestial interludio que le precede es extremadamente bella, convirtiéndola en eje de nostalgia abisal entorno al cual gira todo el mood del álbum. El barco hundido en el que permanece oculta la grabación emerge entre ondas etéreas de sintetizadores y voces moduladas con un escalofriante y bello resultado, de una sensibilidad inmensa.

Si uno no ha comprado la estructura del disco aún aquí se queda vendido. Después de ella llega la -no menos- bella y calmada ‘Mirror Forever’, en la que Mering canta al amor actual y sus penosas formas. Esta también tiene truco: el puente en el que la norteamericana repite: “Oh baby take a look in the mirror” a modo de leitmotiv es hipnótico.

Ya para casi el final queda una canción más sosegada o desapegada como ‘Wild Time’. La guitarra acústica y el ritmo folk le dan un toque especialmente orgánico tras el intenso viaje astral de la zona neurálgica del disco, aunque esto no hace que el corte sea de menor emoción. Igualmente cabe destacar su estribillo, con un olorcillo muy agradable a Radiohead, y la entrada la segunda estrofa, en la que Mering hace un juego de potencia vocal sensacional. Como conclusión tenemos un interludio y la balada de corte más añejo: ‘Picture me Better’, que con un giro de fantasía o fábula y las cuerdas orquestales va apagando el precioso álbum.

De este modo el sueño y el disco acaban. El sueño que nos cuenta Weyes Blood en este “Titanic Rising” es el de la modernidad, el de los grandes relatos que aún colean en el siglo XXI a pesar de su evidente agotamiento. Mientras en el LP vivimos en un surrealista cuento fantástico -al igual que en la infancia- resulta imposible no fijarse en las fallas que la estadounidense nos va señalando en toda esta metahistoria ¿Qué hacer? Mering no pretende dar respuesta a ello, sólo evidenciar las circunstancias actuales a través de unas herramientas sonoras que usa con una destreza magistral para su actual reputación. “Titanic Rising” será sobre seguro uno de los discos de pop y folk del año, y veremos dónde coloca a su autora de ahora en adelante.

“Titanic Rising” de Weyes Blood saldrá a la venta este viernes 5 de abril de 2019. Aún y así ya es posible escucharlo en streaming a través de NPR.

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