El Festival Cruïlla se ha hecho hueco poco a poco entre los grandes de la escena musical barcelonesa, y en pocos años ha pasado de ser una alternativa menor a una cita obligada que destaca como referente en cuanto a sonidos multiculturales. Su apuesta por los conciertos largos (entre hora y cuarto y hora y media) es arriesgada y en algunos casos juega en su contra, pero es muy de agradecer que un evento musical dé a los artistas a los que acoge la oportunidad de ofrecer un set de verdad y no poco más que una cata. Esta edición brindaba la oportunidad de ver a grandes artistas tras largos periodos de ausencia, y probablemente sea por ello que fue la primera en agotar todos sus abonos.
Con un Fòrum de extensión mucho más manejable que en el Primavera Sound, horarios más asequibles y solapes menos agresivos, el Cruïlla ofrece casi todo lo que se puede esperar de un gran festival sin exigir demasiado al cuerpo. Aún así, teníamos por delante jornadas completas y bien cargadas de buena música.
Dorian Wood
Con apenas 15 minutos para recoger la pulsera del festival urgía darse prisa para llegar al concierto de Dorian Wood, que resultaría ser el más interesante de la jornada. Descalzo y con un vestido rojo el cantante de origen costarricente deleitó a los (pocos pero entusiastas) asistentes con casi la totalidad de ‘Xalá’, disco en el que reivindica sus raíces a nivel geográfico pero por encima de todo humano. Se trata, como él mismo lo describió, de un trabajo lleno de oscuridad, sexo, sangre y sudor. Hubo grandes referencias a obras anteriores, como la deliciosamente bluesera ‘Down, The Dirty Roof’ -que da para fantasear con un cover de Tom Waits-, pero, como comentó entre vítores, “esta será una de las pocas que haremos en inglés, porque puta, aquí no se habla inglés, se habla castellano…. Y catalán, por supuesto”. Para cerrar hizo referencia a Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez, y finalmente se levantó del piano para interpretar en toda su expresividad corporal el tema que da nombre a su último álbum, un mantra cargado de aires tribales y conexión con lo más primitivo de su ser.
[Bosc Urbà]
Con el objetivo de transmitir de la forma más completa posible la experiencia del Cruïlla, este entrañable cronista cometió la imprudencia de lanzarse a conquistar el bosque urbano del Fòrum, abierto para los asistentes. Obviando que las convenciones sociales indican que el color rojo señala dificultad, se aventuró a colgar cual primate de maderas y cuerdas varias, y pasó el resto del festival con agujetas tremebundas en músculos cuya existencia desconocía. Eso sí, la oportunidad de escuchar el arranque de Two Door Cinema Club deslizándose tirolina abajo no se tiene en cualquier sitio.
Two Door Cinema Club
A las 20h se inauguraba el escenario principal (Estrella Damm) con el primer plato fuerte del Cruïlla 2017. Two Door Cinema Club volvían a Barcelona después de casi cuatro años de su última actuación en Razzmatazz. Desde el primer momento los norirlandeses hicieron lo que mejor saben hacer y pusieron a bailar al público con temas reconocibles de su primer álbum como ‘Undercover Martin’ o ‘Cigarrettes in the Theatre’. El pop efectivo de TDCC es un seguro de vida para cualquier festival, y en esta ocasión contamos con el valor añadido de poder escuchar por primera vez parte de su tercer disco (¡qué divertida es ‘Bad Decisions’!). Su aún corta discografía hizo que prácticamente no echáramos de menos nada en un setlist que concluyeron con el clásico “What You Know”, para dejarnos con un muy buen sabor de boca nada más empezar la noche.
Kase.O
Ante todo, una confesión: yo no soy de esos. Como buen redactor de blog indie, el acto de menear el brazo verticalmente con la palma de la mano hacia abajo se me antojaría inconcebible por temor a que se me cayera el monóculo al suelo. Pero me tuve que callar. Desde el primer minuto, Kase.O se metió en el bolsillo a un público entregado, intercalando temas y explicaciones con un buen hilo narrativo, y hasta los más escépticos creímos. Las primeras filas se venían aún más arriba participando de temas como ‘Mitad y Mitad’ y el atrevido ‘Mazas y Catapultas’, piezas clave de su último ‘El Círculo’. Hacia el final, el rapero de Zaragoza se pasó de predicador y dejó un sabor ligeramente amargo a autoayuda, pero la gran impresión que dejó su repertorio no se olvidará con facilidad.
Jamiroquai
Jamiroquai era el plato fuerte de la jornada y probablemente el motivo principal de que el Cruïlla hiciera su primer sold out. Las ganas de ver a Jay Kay (y su gorro) haciendo bailar a miles de personas eran muchas, y la presentación en gira de su reciente y muy satisfactorio “Automaton” prometía un buen equilibrio entre hits y novedades. En la primera media hora de concierto confirmamos que esto último iba a pasar, pero se generaron dudas serias sobre lo primero. Jamiroquai alternaban grandes piezas como ‘Little L’ o ‘The Kids’ con las nuevas ‘Shake It On’, ‘Automaton’ y ‘Dr. Buzz’, y sin duda lo hacían con sus mejores medios. La banda tocaba con precisión intachable, Jay Kay clavaba vocalmente un tema tras otro,y todo ello venía arropado por proyecciones de códigos binarios, naves espaciales y bolas de discoteca gigantes. ¿Por qué, nos preguntábamos muchos, parecía que aquello no acababa de arrancar?
Se habló mucho de los problemas de espalda de Jay Kay, y también hubo críticas al volumen en las zonas más alejadas del escenario, pero, aunque esos factores pudieran tener algo que ver, la sensación general era que allí faltaba algo intangible. Una conexión con el público, una chispa. Pero persistimos. Y Jamiroquai también. Clasicazos de la talla de ‘Space Cowboy’, ‘Emergency on Planet Earth’ y ‘Cosmic Girl’ tiraron del carro, la pequeña parte del público que no lo veía claro desfiló hacia Patrice, y los que nos quedamos fuimos recompensados con una sensación final bastante satisfactoria. Jay Kay echó toda la leña al fuego, como diciendo “venga, que esto lo levantamos entre todos”, pasó por el single ‘Cloud 9’, y con ‘Canned Heat’ y ‘Love Foolosophy’ consiguió darnos lo que habíamos venido a buscar aquí. Y nosotros contentos.
Die Antwoord
Mientras esperaba, bastante bien posicionado a pocos metros del escenario, sospesaba cuánto de pesado se me haría el concierto de Die Antwoord. La banda me llama la atención y soy un gran admirador de su imagen, pero anticipaba bloques musicales repetitivos. De repente, algo retumba en mis oídos. Era una versión hardcore de ‘O Fortuna’, del Carmina Burana. Sonreí. Madre mía, cómo lo íbamos a pasar.
Y así fue. Dj Hi-Tek (aprendo a posteriori que ahora se hace conocer, en un alarde de modestia, como God) capitaneaba una especie de pirámide con plataformas sobre las que Yolandi Visser y Ninja dominaron el escenario a base de brincos, cambios de vestuario y una habilidad envidiable para disparar versos. En nombre del ZEF, la banda de Ciudad del Cabo se puso a repartir fiesta a diestro y siniestro desde el minuto uno. Ataviados con sus clásicos chándals fosforito, outfit que iría rotando con regularidad (de la máscara de ‘Pitbull Terrier’ al traje de plátano de ‘Banana Brain’ -en la cual soltaron unos bajos de los que asustan-), Die Antwoord demostraron unas tablas mayúsculas en lo que a gestión de masas a altas horas de la madrugada se refiere, sirviéndose de su imaginario característico y de un derroche de energía al alcance de pocos para dar un conciertazo de libro.
La entrega del público no solo ante hits como ‘Baby’s on Fire’ o el cierre ‘Enter the Ninja’ sino ante la totalidad del show los confirma ya no solo como banda totalmente establecida, sino como dignos merecedores de un lugar bien alto en todo cartel.
A modo de bonus track, no querría dejar de compartir esta perla que nos brindó Viceland hace poco, donde el bueno de Ninja parece la única persona normal:
Nicola Cruz
El dj francés de origen ecuatoriano dio un live el pasado Sónar que lo puso automáticamente en el radar de todos los amantes de la electrónica innovadora en Barcelona. Las auténticas masificaciones que se han dado en sus sets posteriores en la sala Razzmatazz dan buena cuenta de ello. Teniendo en cuenta su éxito en la ciudad condal y la fundamentación de su música en sonidos indígenas, era cuestión de tiempo que terminara en el Cruïlla. La apuesta por darle el slot del cierre era arriesgada, dado que sus beats se cocinan a fuego lento, y su propuesta no fue del gusto de muchos de los que aún tenían el engorilamiento en el cuerpo tras Die Antwoord, pero en mi opinión ofreció un muy agradable contrapunto que clausuró con necesaria suavidad la jornada.
SÁBADO
Exquirla
El Niño de Elche se acercaba al micrófono. Mecía entre sus manos un volumen de ‘La marcha de 150.000.000’, el fundamento intelectual de ‘Para quienes aún viven’. Igual que en el brillante álbum debut de Exquirla, un recitado entre guitarras obstinadas sentaba el preámbulo de una tormenta de lamentos, ruido y furia. Pese a la mala programación (un concierto como este pide a gritos nocturnidad y no sol de julio), la banda, cuyo talento merece traspasar fronteras, expuso la totalidad de su trabajo con maestría, haciendo apenas un par de cambios de orden para terminar con ‘Un hombre’, pieza clave que dejó varias mandíbulas desencajadas por su impactante interpretación. Como propina, ‘Canción de amor de San Sebastián’, maravillosa pieza previa con la cual Exquirla se dieron a conocer.
La felicidad rebosante y el subidón que se nos quedó a unos cuantos parece incompatible con la dureza del contenido de lo que acabábamos de escuchar, pero esa reflexión la dejamos para otro día. Por ahora, poco más que regodearnos en el que fue el mejor concierto de todo el festival, aunque eso ya lo sabíamos desde el principio.
Benjamin Clementine
Éste es, sin duda, un clásico del futuro. Dentro de 40, 50 años, el nombre de Benjamin Clementine estará al lado del de los grandes crooners del siglo XX. Y si no, nos estaremos equivocando. Con muy pocos años de carrera a sus espaldas, esta bestia del escenario encandila con una voz olímpica y un saber hacer natural para la composición pianística y lírica. Su personalidad intensa puede resultar divisiva: por una parte, se pasó todo el concierto mostrándose molesto y casi ofendido por la gente que estaba sentada en la grada lateral (“those fuckers”), amenazando con dejar el concierto a medias; por la otra, se notaba su conexión especial con aquellos que cantaban ‘Condolence’ con él, cerrando los ojos y siguiendo sus movimientos, o con aquellos a los que se nos ponía la piel de gallina con ‘Cornerstone’. Sus quejas constantes se llegaron a hacer comprensibles pero pesadas; ahora bien, cada vez que los dedos de Clementine se ponían sobre el piano y un tema nuevo sonaba…
Little Steven & The Disciples of Soul
El nombre de la impresionante banda que acompaña al que siempre será Silvio Dante en nuestros corazones es indicativa, pero no lo dice todo. Soul, sí, pero también rock, reagge y músicas del mundo en una combinación ideal para un festival como el Cruïlla. En el último concierto a la luz del día de sábado, el eterno guitarrista de la E Street Band, acompañado de una generosa formación de vientos, percusiones y coros (mención especial para ellas), interpretó temas propios y ajenos con su clásico pañuelo capilar por bandera. Quedará en nuestra memoria la pequeña putadita que nos hizo al anunciar que traía una sorpresa. “Muchos me lo habéis estado preguntando”. Cuando ya nos preparábamos para recibir a Springsteen, el cantante dijo que lo que iba a hacer era dar la respuesta a cuál es el significado real del heavy metal. Hubiera tenido su gracia, pero desde luego Steven Van Zandt es mucho más que un apéndice de Bruce, y lo demostró con creces.
Ryan Adams
Alguien encendió una barrita de incienso -no es una metáfora- mientras esperábamos a que Ryan Adams saliera al escenario, y contemplábamos con curiosidad el tigre de porcelana que estaba tumbado sobre las tablas -esto sí, quizá, podría ser una metáfora del propio Adams. Pero seamos buenos-. Servidor no es un gran apasionado del cantautor norteamericano (para una reseña más sentida, estoy convencido que la de nuestro Líder Supremo del concierto en el Mad Cool no defraudará), pero el arranque despejó toda sombra de duda. ‘Do You Still Love Me?’ es un temarral como la copa de un pino, y ostenta una guitarra rítmica de la cual deberían aprender todos los guitarras rítmicos habidos y por haber.
A partir de ahí, Adams dio un buen repaso a su carrera tras muchos años de ausencia en nuestra ciudad, poniendo especial énfasis en sus primer -’Heartbreaker’- y último -’Prisoner’- trabajos. Un reconocible órgano de fondo servía como constante bálsamo de fondo para un rock con tendencia a la balada que se antojaba muy adecuado para la entrada de la noche, y, para cuando acabó el concierto, habíamos pasado por momentos épicos (el solazo que se marcó Adams encima de una peana al frente del escenario en ‘When the Stars Go Blue’), momentos divertidos (la presentación de los miembros de la banda parecía a cargo de un redactor de The Lad Bible descontrolado por Magaluf), momentos icónicos (una de esas clásicas canciones improvisadas) y momentos tiernos (el cierre con ‘Winding Wheel’). Un gustazo.
Pet Shop Boys
Dos círculos a los lados del escenario nos hacían anticipar la aparición de Pet Shop Boys. Así fue. Neil Tennant y Chris Lowe se materializaron ante ellos con sendos trajes y sombreros supersónicos que a Jay Kay no le importaría tomar prestados. ‘Inner Sanctum’ y ‘The Pop Kids’, cortes muy orientados a la pista de baile de su último trabajo ‘Super’, arrancaron al personal con facilidad pasmosa, y con ‘Opportunities (Let’s Make Lots Of Money)’ hubo una primera referencia a los clásicos. Para cuando apareció el resto de la banda entre círculos y luces por todas partes los asistentes ya lo estábamos dando todo, pero con la llegada de la artillería entraron sintetizadores y percusiones electrónicas como para una boda. Merece una mención aparte ‘Love is a Burgeois Construct’, cover sui generis de Michael Nyman que hace evidente el espectacular olfato de los londinenses para encontrar fiesta en los lugares más insospechados. Casi pude sentir el escalofrío de orgullo gamberro que sentiría Nyman de oír esos “lolololooooo, lolololooooo” coreados por la platea del Palau de la Música.
La farra seguía imparable, y el Cruïlla acogió con ganas una ‘West End Girls’ estratégicamente ubicada a mitad del setlist. Tennant manejaba el espectáculo con carisma y saber hacer, y en un suspiro llegó una recta final que, tras un concierto que en ningún momento bajó de nivel, supo aún más a gloria bendita. Una ‘It’s a Sin’ con la que miles de brazos se lanzaron arriba sin control dio pie a la epopeya disco-costumbrista ‘Left To My Own Devices’, y ‘Go West’ desató una locura que dio fuerzas como para superar sin problemas el parón pre-bis. A la vuelta, no cesaban los cánticos en ‘Domino Dancing’, y ‘Always On My Mind’ dejaba una extremadamente satisfactoria sensación de clausura. De ahí la decisión de cerrar con un reprise de ‘The Pop Kids’, como diciendo: gente, aún queda noche.
Parov Stelar
Tarde o temprano tenían que venir. Con cada anuncio completo del line-up del Cruïlla, mis ojos buscaban en vano el nombre de Parov Stelar. Este era el año. Ante un escenario Time Out A REBOSAR (disculpad el uso de mayúsculas, pero es de recibo), Marcus Füreder y su banda hacían las delicias de miles de personas que no podían parar de bailar. Su pegadizo electroswing nos quitó las vergüenzas incluso a aquellos que no sabemos ni andar sin tropezar, y la voz de Cleo Panther nos instaba a menear las patas a ritmo de vientos como si no hubiera mañana. Temas muy reconocibles como ‘Josephine’ y ‘Catgroove’ se alternaban con selecciones menos populares, pero en conciertos como este poco importa el setlist. Importa el ritmo, y aquí venía impuesto con criterio irreprochable por el dj austríaco. Resultaba difícil mantener los ojos sobre el escenario (bastante teníamos algunos con mantener el equilibrio ante tal orgía de movimiento), pero lo que oíamos nos gustaba y mucho. Para cuando llegaron ‘The Mojo Radio Gang’, ‘Booty Swing’ y ‘All Night’, la maquinaria estaba tan engrasada que fue un verdadero pecado tener que hacerla parar. Otro año, más.
Fotografías: Cruïlla Festival
Texto: Pau Ortiz, Tomás Rodríguez Barragán