Nostalgia. Ese sentimiento que nos remite a memorias de algo que ha pasado, extinto en nuestro presente. A veces, pocas, entrañable, otras agridulce, frecuentemente doloroso. En la serie de Watchmen ese concepto toma forma de pastillas que contienen esas memorias, que una vez tomadas, permiten revivirlas de forma tan intensa que parece real. ¿Pero qué es la nostalgia de algo que no se ha vivido?
De Greta Van Fleet se señala, con razón, que por momentos parecen una banda de tributo de Led Zeppelin. El amaneramiento que desempeñan encima del escenario parece sacado del visionado reiterado de conciertos de la mítica banda, especialmente del legendario «The Song Remains The Same’» Su guitarra, Jake Kiszka, viste a pecho descubierto, se inclina en similar ángulo cintura por delante y lleva su instrumento como Jimmy Page, del que se “inspira” también en su sonido, seco pero exuberante. De la voz de Josh Kiszka ya ni hablamos, por momentos (muchos) lo más próximo a un calco al original, como en ‘Highway Tune’ que dio comienzo sin rodeos al concierto. No deja de ser de cierta justicia poética que Led Zeppelin, que en su momento fueron bastante laxos a la hora de acreditar de dónde sacaron la “inspiración” de algunos de sus temas, sean fusilados sin miramientos por estos cuatro chavales de Michigan, mientras Page se desvive por conseguir que Robert Plant, siempre a lo suyo y echándose unas risas, acceda a reunir la banda de nuevo para cortar un poco de esa agridulce nostalgia, del azúcar marrón de antaño, al verde del dividendo actual.

Lo que sí pesaba en el ambiente del Sant Jordi Club era la hierba fumada a quilos desde el público, entre la veteranía en búsqueda de su metadona y la juventud, que contra todo pronóstico, ha conectado con el rock de la banda, convirtiendo su primera visita barcelonesa en un sold out, una fiesta entre amigos con una banda convertida en un pequeño gran fenómeno. Su receta: aprender a cocinar lo tradicional desde la minuciosa imitación, que como la tortilla de patatas del bar de la esquina, sabe realmente bien pero carece de algo intrínsecamente auténtico, si esto no es más que, quizá, la conexión con un tiempo, momento y autoría. Lo que los hermanos Sam, Josh y Jake Kiszka y Danny Wagner han hecho con Greta Van Fleet es tan desconcertante al primer contacto, que uno no sabe si que el hecho que no hayan caído en la parodia es cuestión de azar o genialidad.

Led Zeppelin eran una provocación, unos virtuosos erguidos, comportándose con la desmesura, la amoralidad y la superioridad de dioses, al menos durante su apogeo. Greta Van Fleet son nietos de la domesticación de aquello, formal y estilísticamente. Son entretenimiento celebratorio y, aunque por el momento su corta discografía contiene un puñado de buenos temas, su relevancia como obras no es muy reseñable. No obstante, encima del escenario y más allá de cinismos y desconfianzas previas, hay elementos para pensar que hay algo más, como para poder hacer de la escalera al pasado una especialidad y salir airosos del entuerto, pese a su apariencia de banda de tributo de la clase de música del instituto.
En esto se basa el hecho que los hermanos Kiszka y Danny Wagner sustentaron el ímpetu inicial con ‘Edge of Darkness’, ‘Black Smoke Rising’ y una primera versión, de John Denver con ‘The Music Is You’. Su directo fue vigoroso, suficientemente dúctil y superior al estudio (buena señal), en el que no temieron jugar con sus temas, elevando ‘Age of Man’, extendiendo con un virtuoso e inacabable solo ‘Black Flag Exposition’, o desarrollando largos interludios que estallaban en ‘Watching Over’ y ‘Cold Wind’, otra que debe poner los dientes largos a Page. Terminando con ‘When The Curtain Calls’, más de lo mismo, pero ya desde un castillo sonoro que edificaron sin artificio, sin más teatralidad que la de sus endebles figuras contorsionándose al son de la música que invocaban.

Para los bises contaron con la portentosa Yola, artista británica curtida en colaboraciones que como telonera presentó disco de soul y country añejo con alguna descarga eléctrica, «Walk Through Fire». Con Greta Van Fleet, versionaron a The Band con ‘The Weight’, otra gran y dulce pastilla. Finiquitaron el asunto con ‘Flower Power’ y todos los lugares comunes de a lo que se refiere uno puede imaginar, para añadir ‘Safari Song’ y terminar con los fusiles por todo lo alto.
Greta Van Fleet suscitan tantas contradicciones y representan algo tan curioso y casi único en el contexto actual que lo divertido es lo poco que les importa. En la fina línea entre lo kitsch y una banda de pleno derecho que tome el testigo y desarrolle discurso propio por la que han decidido transitar, parece que van a jugar una temporada. Mejor olvidar el hype, tomar del frasco, y dejarse llevar. Mal no se lo pasó nadie, sino todo lo contrario.
Fotografías: Rosario López (Binaural.es)
Texto: Nil Rubió