Libro fotográfico de 96 páginas, crucifijo, 4 CDs, 7 LPs de 180 gramos, 7 discos de 7”, 1 Blu-Ray, más de una docena de litografías, anillos, parches, púas de guitarra, calcomanías, replicas de entradas, posters, … El monstruoso boxset “Locked N’ Loaded” del “Appetite For Destruction” es tan sólo una muestra más de la actual búsqueda de Guns N’ Roses por un “bigger, longer & uncut” ampliado a todas las facetas del mercado. Cuanto más grande, más ruidoso y más monumental, mejor. La magnificación como meca a la que orar semana tras semana, día tras día. De rodillas, con los ojos bien cerrados y el rosario a buen resguardo dentro del puño.
Teniendo constancia de esta misiva no nos debería extrañar lo más mínimo la configuración de duraderos conciertos como el ofrecido en Barcelona. Porque ayer noche Guns N’ Roses no escatimaron lo más mínimo a la hora de bombardear al público barcelonés con balística de gran calibre. Tirando puntualmente de recursos pirotécnicos y exhibiendo su actuación en pantallas de dimensiones titánicas, la formación estadounidense buscó acuchillar en todo momento con afiladas dagas forjadas esencialmente entre los ochenta y los noventa. La intención de los angelinos estaba allí, aunque otra cosa bien diferente era que la hoja acabase entrando en contacto con su objetivo carnal.
Numerosos fueron los objetos punzantes que volaron en nuestra dirección en la actuación. En total contamos unos 31, hilvanando en conjunto un directo de una extensísima duración (3 horas y 15 minutos aprox.) engrosado en su mayoría por piezas de “Appetite For Destruction”, los dos volúmenes de “Use Your Illusion” y de covers de todo tipo. Porque revisando referentes no resulta nada extraño comprobar que los Guns N’ Roses “clásicos” cimentan buena parte de su show en versiones de grandes temas ajenos. Más allá de algún corte obviamente esperable (‘Live And Let Die’, ‘Knockin’ On Heaven’s Door’), los Guns de este preciso momento abarcan también en su repertorio tributos a Velvet Revolver (‘Slither’), The Who (‘The Seeker’) o incluso también a Soundgarden (‘Black Hole Sun’), en claro homenaje al difunto Chris Cornell.
En la era del 3.0, la realidad aumentada y el magnetismo digital honra, y
mucho, disfrutar de una puesta basada en un 90% en el show instrumental y
vocal de un conjunto de estadios. De forma frontal, y sin tapujo alguno, pese al elemento farandulero de sus fuegos artificiales. Aún y así los protagonistas de la reunión más sonada del 2017 transmiten una sensación un tanto extraña, e incluso contradictoria al espectador. Pese a contar con Slash como estelar punta de lanza, cautivando con solos de la envergadura de ‘Speak Softly Love’ de “El Padrino”, ‘Sweet Child O’Mine’ y con un Axl Rose efectivo (pero tampoco sobradísimo en aspectos vocales), los Guns parecían alcanzar sólo cotas de radiante “punch”, y máxima comunión con su público, en puntos muy concretos del setlist, como con ‘It’s So Easy’, ‘Live And Let Die’ de Wings, ‘Civil War’, ‘Sweet Child O’Mine’, ‘November Rain’, ‘Knockin’ On Heaven’s Door’ y ‘Nightrain’. Incluso también con aquel latigazo punk de marca Misfits (‘Attitude’), comandado por Duff McKagan. En el resto de cortes, ‘Shadow Of Your Love’, ‘This I Love’, ‘Wichita Lineman’ (Jimmy Webb) y ‘Rocket Queen’
incluidos, parecían quedarse lejos de tocar la gloría con las yemas de sus dedos.
Cumplen, cierto, pero la gestación de su sonido parece materializada de
forma hermética. Y es ese estado de excesivo control el que provoca
que cierto sentimiento aletargado sobrevuele sobre más de una decena de sus interpretaciones. Una sensación corroborada por el olor a pólvora, y no
precisamente mojada, de ‘Don’t Cry’, mejor tema de la velada que sirvió para
evidenciar más aún las carencias de algunos cortes que lo precedieron. O en
‘Paradise City’, dorado hit que cerró el show recordándonos aquella peligrosidad que tanto los definía tres décadas atrás.
Es eso: por un lado uno siente que el show podría ser mucho mejor en una versión más compacta y visceral del mismo. Con un material más acotado (solos de guitarra incluidos). Pero por otro resulta evidente ver que, dentro de lo que cabe, Guns N’ Roses han calibrado aquella gira “redux” a lo Springsteen que llevaban tiempo queriendo orquestrar. Una efectista, hecha por y para los fans, que aplasta todo a su paso cual M48 Patton en plena guerra fría. Si el objetivo era entretener, ¿quién iba a resistirse a un grito como el de “get in the ring, motherfuckers!”?
Fotografías: Rosario López
Texto: Pablo Porcar