Volvamos a 1993. Sheryl Crow, erigida como una de las figuras más prometedoras del momento, acababa de sacudir el tablero con la publicación de “Tuesday Night Music Club”, álbum que gozaba con la sorprendente virtud de saber conjugar elementos del country y del pop, y aglutinarlos en un mismo pastiche creativo. La galaxia de sonidos concebida por la de Kennett sabía apropiarse en cortes como ‘No One Said It Would Be Easy‘ de las reminiscencias más polvorientas del country. Sustentada por unas bases que olía a madera de nogal, la voz de Sheryl conseguía cautivar a la audiencia en un hipnótico, a la par que digerible contexto melódico especialmente indicado para sonar de fondo en emocionantes “road trips” nocturnos.
26 años más tarde el mundo musical ha cambiado. Demasiado. Pero pese al inevitable auge del “urban” y sucedáneos varios, aún parecen existir “Sheryl Crows” que anhelan, como David Ramírez o Courtney Marie Andrews, fusionar pop, country y/o Americana en las pasionales partituras de su cancionero. Ese es el caso de Caroline Spence. Originaria de Nashville, no resulta para nada trivial el hecho que la conocida revista Rolling Stone haya a destacado a la artista como una de las figuras más prometedoras del momento. Con un nítido y sedoso timbre de voz que recuerda, y mucho, al de Crow, la cantautora estadounidense posee la cualidad de saber edulcorar algunos de los pasajes más crudos de su vida en relatos que se digieren sin espina alguna. Ese es el caso, por ejemplo, de ‘You Don’t Look So Good (Cocaine)’, un corte de luminosa tez Americana en el que Spence detalla un complicado e inestable affaire mantenido con un adicto a las drogas recreativas.
En total Caroline ya ha publicado tres álbumes diferentes. Pese a haber editado el primero en 2015 (“Somehow”), lo cierto es que la carrera de la compositora no empezó a despuntar hasta bien llegado el lanzamiento de “Spades & Roses”, LP de reválida estrenado en 2017 en el que Spence se sentía cómoda tanto abordando canciones cimentadas en las distancias cortas (‘All The Beds I’ve Made’) como coqueteando con producciones ligeramente más uptempo (‘Wishing Well’). Arropada por una exquisita sección de cuerda, la talentosa cantante sorprendió a propios y extraños con el “track” número 6 del álbum: una ‘Slow Dancer’ en la que Caroline describía, sin artificio alguno, las razones de su (aparentemente inevitable) desidia amorosa.
Tras sacar a la luz un álbum a dúo junto a Robby Hecht en 2018 (“Two People”), y cobijada bajo un nuevo estatus de seguridad creativa, Caroline Spence llevó su juego a un nuevo nivel con “Mind Condition”. Estrenado en mayo de este mismo año, el tercer disco de larga duración de la de Nashville ensalzaba aquel doble juego rítmico planteado en su anterior referencia. Eso sí: aquí prevalecen ritmos más alegres y más ornamentados. Como expandiendo las virtudes diseñadas en ‘Wishing Well’, la protegida de Rounder Records se desquitaba optando por las vías más magnéticas con piezas como ‘What You Don’t Know’, ‘Long Haul’ o ‘Song About A City’. La infecciosa ‘Who’s Gonna Make My Mistakes’ sirve como bello y perfecto emblema del momento artístico actual experimentado por Spence.
Con (otra) gira europea en el punto de mira y con las escuchas de sus streamings multiplicándose cada bien poco, Caroline Spence está viviendo una segunda vida en 2019. Los medios están pendientes de ella. También los adeptos del Americana. ¿Qué puede ir mal? Como bien reza uno de sus temas de su último disco: “wait on the wine to kick in, for that time of night to settle in“. Huele a prólogo la movida.
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