Todo empezó en febrero de 2015: cinco seguidores del discordismo decidieron unir fuerzas para formar una banda Ñunk —punk con “ñ”— y dar buena brea allá por Bilbao, ciudad en la que curtieron su sonido hasta transformarlo en un cuchillo de fuego ácido, surrealista y con mucho desorden que ofrecer al mundo. Suenan como si Pony Bravo y Rage Against de Machine fueran a ser papás y los californianos hubieran abortado a una especie de System of a Down en castellano a los nueve meses de embarazo, con letras paranoicas, frenéticas, agresivas y con un marcado tinte grunge. Ciertamente su movida es una barrabasada: “Andy Warhol llevaba peluquín, no existía, era un puto maniquí”, para seguir: “¡Odio eterno, al arte moderno, odio eterno, al arte moderno!”. Si el punk iba de que “no hay futuro”, y todo se quedó en millones de copias vendidas y marcas comerciales de lujo, suponemos que el Ñunk va de que “sí hay un futuro, pero nos la suda sobremanera”.
Con “Stay Ñunk” Los Chivatos de Ana Frank no solo han dejado claro el nivel de sudapollismo que sienten hacia la vida en general, también han definido los acordes de una propuesta alocada, llena de referencias caóticas, un marcado carácter crítico y cañonazos a discreción hacia todo lo sagrado con algo de mala hostia. No es punk, pero solo porque la primera letra es una Ñ, aunque da la sensación de que podría ser cualquier otra y que la única intención de esta diminuta distorsión es dejar más claro todavía, si cabe, que la pretensión del quinteto es hacer la música que jamás sonará en las radios comerciales o en ese garito ‘to guapo’ al que va la gente guay del ahora, esa que lo flipa con propuestas más convencionales, tipo trap o psicodelia.
Cuando surgió el verdadero underground de los 80 cocido en las entrañas de España, concretamente del País Vasco, y que jamás sobrepasaría fronteras (principalmente porque unos cuantos mequetrefes se aprovecharon de estos artistas para enriquecerse sin dar nada a cambio), Los Chivatos de Ana Frank no solo habrían encajado a la perfección con otras propuestas del momento como La Polla Records, Kortatu, Vulpes o los —tarde, mal y arrastro— venerados Eskorbuto, sino que habrían dado buena fe de ese sentido “anti todo” del que los vascos hacían gala: de esto, entre otras cosas, parecen mamar los cinco miembros de la banda.
No obstante, entre tanta locura y aparente demencia se esconde un grupo de músicos con una gran proyección que tal vez vayan a dar mucho que hablar. Ya en 2017, junto a las directoras Nigra Kiso, lanzaron un documental de tintes surrealistas titulado “Odio eterno al arte moderno” en el que se recoge la breve trayectoria de la banda, siendo este premiado tanto en el ámbito nacional como internacional. Recientemente se han lanzado a la realización del videoclip del tema ‘EPV’, contenido en su álbum debut “Stay Ñunk”, junto a la productora GrifoFilms. Dicha ópera prima, grabada en Gaua Studio y producida por Guillermo Peña, ofrece a los amantes del punk un “suave” suspiro que sin duda les hará desconectar de una actualidad musical rendida al mainstream donde el foco se dirige hacia propuestas urbanas con tintes electrónicos: aquí tenéis un disco de punk de los de toda la vida, al uso, con tintes de grunge e incluso me atrevería a decir que con algo de funk, pero no olvidéis cambiar la primera letra por una “ñ”: Ñunk, Ñrunge y Ñunk —tal vez esto genere algún que otro conflicto a la hora de tratar las influencias de la banda.
Con temas como ‘Surf’, donde se habla de todo menos de surf, o ‘Cristo do Corcovado’, donde se mete un buen meneo a todo lo sagrado, los vascos dejan claras sus intenciones. Tal vez en el último corte del disco, bajo el título ‘Marylin’, hayan alcanzado su mayor intensidad con el fin de lanzar una buena pedrada al arte moderno y todo el postureo ridículo que trajo consigo un movimiento tan sumamente artificial y falto de alma como el pop art, del que, no obstante, surgieron bandas del calibre de Velvet Underground, a quienes lo más seguro Los Chivatos de Ana Frank no dudarían en escupir si tuvieran ocasión. Ese habría sido un combate digno de ver, los vascos contra los neoyorquinos, célebres por su saber estar y templanza; otra gran pelea que se me ocurre sería contra los Oasis, y así, a grandes rasgos, mediante estos dos hipotéticos enfrentamientos, han surgido un par de nuevas definiciones, igualmente válidas, del sonido de los vascos: “anti todo” renovado desde Bilbao. Si Josu levantara la cabeza se pondría a poguear seguro.
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