Cuatro años han pasado desde aquel ‘El Pintor’ un tanto tortuoso. ¿Qué ha cambiado en Interpol?
Creo, básicamente, que somos una mejor banda. Escribiendo un álbum como un grupo de tres componentes. Estamos mucho más en forma, eso se transmite a la manera de crear este álbum. Exuda más confianza. Así de simple.
La percepción general es que «Marauder» es más agresivo. Más incisivo…
La percepción cuando escribimos este trabajo es que podíamos hacer lo que quisiéramos. Más entregados a lo que pretendíamos hacer. En ‘Stay in Touch’, por ejemplo, puedes darle vueltas y ves que nos los creemos. Que es algo personal. Fue una gran experiencia de tres personas y de ahí salió todo.
Tres músicos que se atrincheraron en una casa en Buffalo, en pleno invierno, para las grabaciones. ¿Era necesario aislarse del mundo?
No era ni una casa. Básicamente, nos metimos en una cabaña en el bosque (risas)… Pero estuvo bien. No hubo las interrupciones ni las distracciones que tendríamos cuando saliéramos del estudio en Nueva York. Y hay algo romántico… Tuvo mucho que ver en el resultado final.
Y habéis necesitado que pasase una década para volver poneros en manos de un productor (Dave Fridmann)
¡Fue duro! (risas). Quizá teníamos una idea equivocada sobre el trabajo de un productor. Pensábamos: ‘¡Nah! Nosotros podemos sacar adelante nuestro propio disco’. Pero al final cambiamos esa idea. Personalmente soy fan de cómo trabaja Dave Fridmann desde Mercury Rev.
A mí, Fridmann me recuerda más a su trabajo con The Flaming Lips…
También. De hecho al principio dudábamos. Pero pensamos que esa especie de locura podía venirnos bien.
Hablamos, le mandamos unas demos y nos sintió bien sentir que podía, de alguna manera, cambiar lo que hacíamos. Para hacerlo… mejor. Pusimos mucha fe en él y él entendió qué somos. No cambió nuestras estructuras y arreglos, pero dejó sus toques aquí y allá. Hay energía.
Hablabas antes del cincelado de Interpol como una banda de tres piezas, casi como un triángulo. ¿Es la relación más larga que has tenido?
¡Lo es! Es una locura pensarlo, y no hemos roto ninguna vez (risas)… Es un matrimonio entre tres hombres. Un matrimonio sin sexo (ríe). Al principio era difícil ‘sincronizarse’, porque tenemos diferentes personalidades y somos tan intensos. Quizá por eso me gusta tanto este nuevo disco. Porque es un ‘¡Hey, aquí estamos!’.
Una relación de tipos que ya se han visto mucho. Tú vives en Atlanta, Paul tiene su famosa casa en Panamá, Daniel baja mucho a México… ¿Es la música el gran vínculo entre los tres vértices de ese triángulo?
Sin duda. Cuando vivíamos en Nueva York ensayábamos cuatro días por semana. Teníamos un trabajo, además. Cuando nuestra carrera avanzó, pensé que por qué tenía que estar en Nueva York. Todo es más caro. Fui el primero en mudarme… Funcionó. Ya no necesitamos estar en el mismo lugar y al mismo tiempo. En la época de ‘El Pintor’ empecé a subir a Nueva York dos semanas cada mes hasta que lo acabamos. He repetido esa fórmula.
Casi veinte años después, mucha gente se sigue preguntando si aquel boom de revival post-punk en Nueva York, el de Interpol, los Strokes y demás, fue una escena real o algo que se sacaron los medios de la manga…
Es un debate interesante. Recuerdo que por entonces me movía con Nick Zinner (Yeah Yeah Yeahs), íbamos a Williamsburg, veíamos a los chicos de TV on the Radio que trabajaban en una cafetería, todos más o menos ensayábamos en los mismos locales, sacamos disco más o menos a la vez… Sólo te puedo decir que la siguiente vez que vi a los TV on the Radio… fue en Tokyo. Así de rápido fue todo. Es difícil hablar de una escena musical cuando todo estalla y de repente estás recorriendo todo el mundo. Como las bandas empezaron a triunfar, fueron más los fans los que hablaron propiamente de una escena en Nueva York. Quizá porque cuando algo se hace global, tienes que apuntar a dónde empezó, más que otra cosa. Simplemente éramos tipos haciendo cosas parecidas. Eso pasó en los sesenta, los sesenta… y así hasta la década de 2000.
Antes de entrar en Interpol pensabas que su sonido era demasiado retro, demasiado deudor de los ochenta…
Recuerdo la primera vez que escuché algo, allá por 1998, dos años antes de unirme. Un ingeniero que había trabajado con Daniel Kessler (guitarrista de Interpol) me puso una cinta suya. Me gustó, pero no me sacudió. Sí, me pareció retro. Conocí mejor a Daniel con el tiempo y hablamos por teléfono. Hablamos de hacer algo, pero yo estaba en plan ‘bueno, quizá’. Al final nos vimos en un bar y me dio una grabación. Eso fue una historia distinta. Habían crecido de una manera tan exponencial que no parecían la misma banda. De una banda de nivel ‘Ok’ a una que decías ‘¡guau!’. Decidí que tenía que estar ahí.
El año pasado recuperásteis íntegramente en directo el «Turn on the Bright Lights» porque cumplía 15 años. Para muchos treintañeros, como el que te pregunta, es ya un clásico…
Algún otro periodista me lo ha dicho y me sigue generando un impacto oírlo. En su momento pensamos que ese disco no iba a llegar a ningún sitio y, como dices, ha terminado siendo una especie de clásico. Estoy cómodo con eso, no me obsesiona, pero sí lo agradezco. Porque ese disco construyó una carrera. No pienso en ello todo el tiempo, pero cuando lo hago sigo teniendo mariposas en el estómago…
¿Y cómo fue revisitarlo tantos años después?
Mejor. Girar tocándolo entero fue mejor porque pudimos hacerlo con la experiencia que ya habíamos ganado. La magia estaba en su momento, no se podía recuperar de nuevo, pero sí podíamos revisarlo siendo más maduros. Fue muy divertido para mí verme como el batería que soy hoy comparado con el batería que era entonces. Y lo bueno que es ese disco.
¿Si alguien pensaba que «Marauder» iba a ser una vuelta a 2002 se habrá llevado un chasco?
No creo, pero no se puede volver a aquello. Refleja, eso sí, un disco más directo que los anteriores. Se nota otra energía. Quizá porque hay menos teclados, está menos sobre producido… Pero sí que quizá es el que tiene más similitudes con nuestros primeros discos. Tiene ese espíritu, en cómo lo afrontamos.
Y ‘The Rover’ tiene gancho…
Me recuerda a los años cincuenta. A tipos con tupé y chicas con faldas cortas. Hay en ella algo muy rock and roll, muy swing, que me gusta.
Luego está esa batería en ‘Party’s Over’…
Me dejé llevar en la parte rítmica y gracias a Dios, funcionó. Hay una parte de técnica de batería del R&B originario, tomé eso prestado y se lo inyecté a la banda. Era algo que o funcionaba o no funcionaba, un desafío. En esa y en ‘Stay in Touch’ tuve que llevarme un paso más allá.
La última es inevitable. ¿La salida de Carlos D es ya un asunto cerrado para Interpol?
Paul es nuestro bajista en ‘Marauder’. Empezamos pensando que quizá él podría hacer una parte de bajo más básica y que luego alguien la expandiera, le diera un toque más ‘flashy’. Pero según empezamos a desarrollar las sanciones y dijimos ‘No, tío, tú tienes que tocar esto’. No tiene sentido traer a alguien para alcanzar algo que ya has logrado tú. No fue bonito cómo terminó todo, pero aquí estamos y Paul ha demostrado que puede llevar a cabo la tarea. Que es un bajista muy capaz. Es excitante ver que somos totalmente funcionales. Que nada nos puede parar, que podemos mirar hacia delante.